Campeonato Mejor Sumiller de España 2019. Crónica de una victoria (visto por un perdedor).
«Ser tercero es perder, Ser segundo no es igual, Que llegar en un primer lugar. Un poco más, un poco mas, Voy a matarme por llegar, Un poco más y soy el as». Canción de Miguel Bose, artista.
He quedado tercero en el Campeonato de Mejor Sumiller de España, Tierra de Sabor. Como bien dice la canción, quedar tercero es perder. Solo me quedó levantar el brazo del ganador. Lo hice con amor y orgullo (y con un poco de pena “to be honest”) puesto que el que levantó el trofeo y se lo llevó a su casa es un gran amigo mío. También creo, aunque él lo niega con fiereza, que he sido un poco su maestro. En el fondo siento que algo de ese triunfo, una parte pequeña con probabilidad, es mío.
Nadie en sus cabales puede negar que un triunfo individual es el trabajo de un gran número de personas, a lo largo de mucho tiempo. Puede haber excepciones, pero la regla general nos dice que nadie es nada sin su equipo, sin las personas que de verdad le han ayudado, sin todas las condiciones favorables que propician el desarrollo de las cualidades personales. Todo logro personal es un logro colectivo. Siendo una obviedad, es solo una parte pequeña de la historia.
Nuestro ganador se llama Diego González Barbolla, Dieguito para mí. La primera vez que le vi era el camarero en un restaurante gastronómico, en el cual hacía todos los trabajos de comedor. Era un chaval, algo ensimismado, algo nervioso, pero de modales afectuosos y amables. Siempre me fijo en los profesionales de sala, es parte de nuestro oficio, y me gustó como se movía en su territorio. Era bueno. No es de extrañar que, cuando un chef estrella llego a Cold Town, nuestra pequeña ciudad, le fichara para su proyecto. La idea del chef estrella era conseguir una estrella (Michelín).
Los siguientes años de su vida los pasó dentro de un restaurante de referencia. Al decir dentro quiero que se entienda de forma literal, apenas salía de sus cuatro paredes. Primero intentando conseguir la estrella, los siguientes manteniéndola. Para los que no lo sepan, una Estrella Michelín es uno de los mayores, sino el mayor, reconocimiento internacional del mundo. Busca la excelencia. Por supuesto el galardón premia, sobre todo, a la cocina diferente, personal y arriesgada de cada local. Pero es necesario un servicio de sala impecable. Es condición indispensable. El cincuenta por ciento de la sensación de placer en un restaurante es el servicio y atención de los camareros. El responsable de que los clientes se fueran contentos, hablaran bien del restaurante y volvieran era Diego. Más o menos por esa época empezamos a coincidir en los mismos lugares. Teníamos amigos y aficiones comunes. Íbamos juntos a los campeonatos, compartíamos botellas de vino. Lo típico.
Yo llevo muchos años participando en campeonatos. Como nunca gano nada tengo la posibilidad de volver año tras año. Me gusta competir y me gusta reunirme con todos los compañeros de profesión que, año tras año, nos encontramos en distintas ciudades donde se celebran las competiciones. Creo que no hay una ciudad en España en la que no tenga un amigo-compañero de profesión al que poder visitar. Diego, antes de este mes de abril mágico, ya había demostrado que sabía competir. Quizá me bailen las fechas, pero fue segundo de Castilla y León en 2014 y segundo de España en 2016. Los premios llegaron por su carácter ganador y por un inmenso trabajo en la sombra. Cursos de Sumiller, catas, estudio. Nada llega sin trabajo.
Pero quizá todavía le faltaba algo para poder considerarse un candidato con serias posibilidades. Debía profundizar en el estudio, volverlo sistemático, estudiar con los mejores. Y aprender inglés. Después de muchas dudas, de aplazar la fecha de partida, de incertidumbre por tener que abandonar interesantes proyectos, nuestros Dieguito cogió un avión y voló a la Isla donde la comida es horrible y siempre hace frío. Dejó de fumar, dejó de salir, dejó todo lo que le pudiera alejar de su objetivo y empezó a estudiar en serio. Encontró trabajo en un hotel con más de cien vinos por copas en el bar y miles de referencias en el restaurante. Sus jefes, sumilleres profesionales, le entrenaban para mejorar en todos los aspectos del servicio. No todo es tan idílico. Antes de empezar a abrir botellas tuvo que pulir muchas copas, bajar muchas veces la cabeza con vergüenza por no entender el lenguaje, irse a casa solo, pensando “¿qué coño hago aquí?”
Parte de su estudio está dirigido a conseguir los diferentes diplomas del Master Sommelier, un curso deshumanizado y deshumanizador que intenta medir lo inmedible y que es la gran moda entre mis compañeros. Pinche aquí y verá que pienso de todo ello. Centrado y decidido, perseguía un objetivo.
Los meses pasan rápido y llega la primera competición, el Campeonato de Castilla y León de Mejor Sumiller 2019. Hacemos el examen y esperamos al día siguiente para saber quien ha pasado a la final. Diego sufre durante la noche y al día siguiente, no ha hecho un gran examen y no está seguro. Llega el momento de saber los clasificados a la final nacional, pasan dos por provincia. Cuando dicen los nombres de todos los clasificados el nombre de Diego no suena. En nivel de los competidores de Cold Town es alto, y no ha quedado de las dos mejores notas. El suelo se vuelve de goma y la decepción de volverse a La Isla con las manos en los bolsillos le inunda como un chapapote. Durante unos minutos, mi amigo sufre de verdad. El protocolo de la final sigue y dicen los tres clasificados para competir en la gran final, las tres mejores notas. Diego entra en la final con la tercera nota. En ese momento algo hizo click en su cerebro, nunca más iba a volver a perder. Yo le vi entrar en el escenario donde nos íbamos a medir. Su forma de andar había cambiado, eran los pasos de un hombre decidido. Antes de empezar le dije.
Terroa– Te deseo que seas primero de CyL y segundo de España.
Lo decía en serio.
El resto está en los periódicos; deslumbrante participación de Cold Town con tres finalistas y un gran campeón, Diego Gonzalez Barbolla, Diego para mí.
Era el primer paso. En tres semanas sería la competición nacional. Seguimos estudiando juntos, preparando los detalles, participando en chats con otros compañeros. El tiempo vuela y estamos en Madrid. Este año la competición es diferente. Otros años la semifinal es un día y la final al día siguiente. Sin embargo, en esta edición, todo será el mismo día, aumentando el estrés de los participantes.
La prueba consta de un examen teórico muy duro y la cata de dos vinos y un producto. La sorpresa de este año es la aparición de preguntas en inglés. A eso de la una hemos terminado. Los jueces van a corregir los exámenes mientras nosotros comemos. Diego apenas come, los nervios le consumen. Y estamos algo cansados. Ayer, mientras los grandes favoritos iban a descansar y se concentraban, los representantes de Cold Town cumplimos con nuestra gran tradición.
Hace unos cuantos años, dos de los más magnéticos y cualificados de nuestros compañeros, dos grandes amigos, Diego Muñoz, el Soriano dueño de La Lobita, y David Barros, Asturiano de Coalla Gourmet, decidieron llevar unas botellas de vino y beberlas todos juntos. Ellos fundaron una tradición que todavía perdura. De hecho, es la mejor parte del campeonato. Los participantes llevamos una o dos botellas, las abrimos con los compañeros y las compartimos. Es el momento donde se fragua la amistad. Por la noche Diego y yo recorrimos varias habitaciones, saludando a los compañeros, degustando los vinos, intercambiando direcciones, consejos y risas. Acabamos en la habitación de nuestro equipo, con champagne rosé y vin de paille. Fuimos a nuestra habitación compartida a las 4 de la mañana. Fue un momento chulo. Antes de dormir tuvimos un extraño momento de intimidad (una conversación de hombre a hombre, no piensen mal). Nos dormiríamos sobre las 5.
El ruido inclemente del despertador aúlla a las 7.30. Tiritando de sueño vamos a la ducha, nos ponemos el disfraz (traje negro y pajarita) y juramos que nunca más vamos a volver a beber.
Terroa– Diego, quiero que sepas que tengo un plan. Voy a dormir en el bus y, justo cuando lleguemos, voy a hacer dos preguntas en voz alta que nadie sabe.
Dicho y hecho, duermo en el autobús y cuando llegamos, miro al vacío y pregunto;
Terroa– este año están muy de moda los comics de vino. ¿Alguien sabe quién es el escritor de Los Ignorantes?
Todos se vuelven y, para mi sorpresa, una compañera dice- Étienne Davodeau.
Flipa, se lo sabía.
Miércoles, el dia D.
El horario del concurso siempre hace esperar a los concursantes (aunque este año, quitando las fotos protocolarias, ha ido muy “on time”). Nos sentamos en nuestros sitios y empieza el programa. Tenemos una extraordinaria cata de Bodegas Protos, en la cual catamos todas sus referencias. Muy interesante. Hacemos el examen y la cata y luego Miquel Udina, técnico de la denominación, nos da una lección imprescindible de vinos de altura de Castilla y León. Magistral.
Por fin llega el momento del desenlace. El protocolo es el siguiente: primero, uno a uno, dicen los nombres de los 56 participantes de la final, ciudad por ciudad. Salimos y recogemos el certificado de participación. Todos nos quedamos en el escenario, de pie, esperando el veredicto de quienes serán los elegidos. Los nervios crecen cuando dicen los números de los que han quedado entre los 10 primeros. Los participantes oyen su número (no hay nombres para mantener el secreto de los exámenes) y dan un paso al frente. Oigo el 44 y avanzo un metro. Soy de los 10 primeros. Oigo el 9 y Diego avanza un metro. Entre los mejores están todos los favoritos, no falta nadie. También están todos mis compañeros de chat. El aire crepita de energía nerviosa antes de anunciar a los tres finalistas. Todos miramos a los favoritos y nos hacemos a un lado para dejarles paso franco. Oigo el 44, es el mío, avanzo un metro, estoy en la final. A mi lado aparece Davide, un italiano que representa a Mallorca. Tiene una sonrisa enorme. Dicen el tercer número, el 9. Diego avanza un metro. Así son todas las conquistas, metro a metro.
En la final de cuatro pruebas Diego fue el mejor. Supo controlar los nervios y hacer una gran actuación. Rasco puntos de todos los lados y no cometió ningún error. Es un competidor voraz, gestiona bien los nervios y sabe brillar en los momentos importantes. Impecable. Davide hizo una actuación en el escenario impresionante, muy profesional. A pesar del problema del idioma, habla muy bien español pero no es su lengua materna, rozo el éxito con la yema de los dedos. Desenvuelto, con grandes conocimientos y dominio del espacio es, sin duda, el gran favorito para la próxima edición. Enhorabuena por el éxito Davide.
Yo debería haber estado más cerca de ellos, pero claramente lo hice mucho peor. Me falta preparación, conocimiento, desenvoltura, gracia, elegancia, simpatía, profesionalidad y todo lo necesario para “ser exitoso”. Por eso, cuando Diego nos invitó a acompañarlo en lo alto del podio no subí. Era su momento (y “to be honest” no cabía, es un peldaño estrecho) y yo solo pude levantarle el brazo para ponerle erguido y que saliera bien en las fotos. El campeón, Diego González Barbolla, el señor Don Diego para mí.
El azar, excepto la cantidad de buena fortuna necesaria en cualquier concurso, no fue relevante para el resultado final. Subir a lo alto era el inseguro final de un plan largamente meditado. En los seis meses en la Isla de la Comida Insípida, Diego no ha hecho otra cosa que trabajar, mejorar su inglés y estudiar. Catas, libros, preguntas imposibles, vuelta al hotel donde trabaja. Llamadas diarias a compañeros, a profesores, a otros profesionales. El resultado quizá le haya sorprendido un poco, pero, antes de todo el éxito, Diego sabía que el primer paso consistía en mejorar en idiomas, aprender de los mejores, correr riesgos. Se fue solo a la Isla del Frío a mejorar. El triunfo es merecido por que ha sabido sufrir sin rendirse. Ha sabido crear un grupo de competencia colaborativa que le ha hecho mejorar. También me ha hecho mejorar a mí. Parte de mi (minúsculo) éxito es suyo.
Dos días después Diego voló de vuelta a su trabajo. Camino del curro me escribió.
Don Diego– qué fuerte Terroa, un día estás en lo más alto y al siguiente te toca pulir copas.
Mirando hacia atrás me acuerdo de los momentos antes de la final, cuando ya sabíamos que uno de nosotros podía ser el ganador. Miré a Diego, parecía nervioso, incapaz de dejar de dar saltitos, electrizado. Le dije;
Terroa– ¿no irás a ganarme dos veces en un mes?
Sonrió, se calmó un poco y me paso por encima por segunda vez, implacable. Así es Dieguito.
PD- Un abrazo a todos los compañeros del chat, todos entre los diez mejores de España. Enhorabuena amigos, sois buenos y nos hacéis mejores.
TERROARISTA