El juicio de París.

«Great wine is great art, my friend. I am, in effect, a shepherd… whose mission is to offer the public another form of great art and to guide its appreciation thereof». De la película La guerra del vino. El gran vino es una gran forma de arte, amigo mío. Yo soy, en efecto, un pastor… cuya misión es ofrecer al publico otra forma de gran arte y guiar su apreciación al mismo.

-Steven era la persona mas “britsh” que he conocido nunca. Siempre vestía trajes muy elegantes, con el pañuelo en el bolsillo alto de la chaqueta. De modales perfectos y muy culto, era un placer hablar con él. Me lo encontré varias veces en eventos de vino cuando vivía en Paris. Hablamos muchas veces del “Juicio de París”. Fue una sorpresa para todos, incluso más para él. Lo planeó precisamente para demostrar lo contrario, era un gran amante de los vinos franceses. Murió hace poco, una pena”- nos cuenta Charlotte Allen, una inglesa que, después de trabajar como importadora de vinos para una empresa londinenese y de recorrer el mundo trabajando en diferentes bodegas, se ha afincado en un pequeño pueblo de Zamora, Fermoselle, ha fundado una bodega, Alma Roja, y elabora algunos de los mejores vinos de Castilla y León en la denominación de origen Arribes. Me viene muy bien la aclaración. Mis conocimientos sobre aquel día crucial en la historia del vino provienen de la película “Bottle Shock” (La Guerra del Vino en español). Según palabras del proprio Steven; “Apenas hay una palabra que sea cierta en el guion y muchas, muchas invenciones en lo que a mí respecta”. De hecho, estuvo considerando muy seriamente demandar a los productores del film.

Steven Spurrier era un hombre bien educado y de gustos refinados. Decidió, con muy buen criterio, abandonar la austera Inglaterra e ir a vivir al glamuroso París de los años 70 del siglo pasado. Aprovechando su sólida formación en vinos, adquirida trabajando como importador en Londres, compro una tienda especializad en la venta de vinos en Cité Berryer, una callejuela que desemboca en la Rue Royale, en pleno corazón de Paris. Se hace cargo de “Les Caves de la Madeleine” (la tienda está a apenas 5 minutos andando de la gran iglesia de la Madeleine) en 1971, donde pronto gana prestigio de gran entendido. En 1973 abre, junto a su socia Patricia Gallagher “L´Acedemie du Vin”, la primera escuela privada de vino de Francia. Nos acercamos al día clave.

El 24 de mayo de 1076, en el hotel Intercontinental, entre las 3 y las 6 de la tarde, tuvo lugar una cata a ciegas de vinos de Francia y California. La legendaria reunión ha pasado a la historia como “El juicio de Paris” (en clara referencia al mito griego: Paris es origen de la guerra de Troya al robar a la bella Helena).

La idea de Steven era demostrar que no había ningún vino californiano a la altura de los vinos franceses. Para organizar tan magno evento, tiró de contactos. Era amigo del responsable de banquetes del hotel Intercontinental, y les cedió un salón. La cata debía terminar a las 6, puesto que luego el salón estaba reservado. El jurado también era de prestigio. Entre los catadores se encontraban personajes de la talla de Aubert de Villaine, propietario de la bodega más prestigiosa del mundo, Domaine de la Romanée-Conti u Odette Kahn, editora de “La Revue de vin de France”. De hecho todos los catadores eran franceses. Steven y Patricia, los organizadores, cataron pero su puntuación no se tomo en cuenta para el resultado final. Los catadores debían puntuar siguiendo su propio criterio, otorgando un valor máximo de 20 puntos a los mejores vinos (es un sistema tradicional de puntuación muy utilizado).

La selección de vinos franceses también fue fácil. Se eligieron alguno de los más grandes vinos de la historia, como Château Haut- Brión, Château Mouton-Rothschild o Château Montrose de 1970. Entre los blancos eligieron Mersault Charmes Roulot o Batard-Montrachet Ramonet-Prudhon. Con solo oír los nombres de estos vinos nuestra imaginación echa a volar. La selección de vinos californianos fue bastante más complicada. No tenían historia y la selección se baso en consejos de amigos de los organizadores. Por aquel entonces, los desconocidos vinos californianos costaban 6.5 dólares.

Empezaron a servir los vinos blancos. Pronto se noto cierto malestar. Los catadores franceses no sabían diferenciar los vinos de su país de los americanos. Al terminar se hizo el recuento. El horror y la incredulidad en los rostros de los jurados se mezclaba con la vergüenza. Los cuatro vinos con mejor calificación eran americanos. El ganador absoluto fue Château Montelena, un desconocido que se distribuía en supermercado, humillando a los mejores vinos de la historia. Con los vinos tintos los jurados estuvieron mucho más atentos, pero no consiguieron evitar que otro vino americano, el Stag´s Leap Wine Cellar consiguiera la primera posición. Entre la ira y el estupor, Odette pidió la hoja de puntuación a Steven (ella había puntuado en primera posición al vino de fuera) a lo cual los organizadores se negaron.

Las consecuencias del Juicio de París fueron colosales. Los desconocidos vinos californianos habían derrotado a los invencibles vinos franceses en su propia casa, con un jurado claramente en contra. La revolución del otro lado del mar había comenzado. Un orgullo hacia el producto local empezó invadió los Estados Unidos y todavía no ha terminado. Hoy nadie duda de que en California se elaboran alguno de los mejores (y más caros) vinos del mundo. En el Museum of American History se exhiben las botellas de los vinos ganadores como parte de la colección “101 objetos que contribuyeron a construir América”

Les he contado esta historia porque todos los sumilleres tenemos una lista secreta con los vinos que deseamos probar más que nada en el mundo. En mi lista estaba el Château Montelena, más por curiosidad que por genuino interés. Mi amigo Raul, sumiller de Salamanca, me había invitado a su casa y nos invitó a una botella. Había visitado California y, atrapado por el cántico de las sirenas de Spurrier, visito la bodega y compró una botella del vino mítico. Yo taché un nombre de mi lista secreta, pero siendo sincero el vino no me gustó. Un poco más tarde el hálito de un momento mágico aleteó sobre la mesa. Charotte nos había traído un vino tapado, lo abrió, lleno las copas y nos invitó a probarlo. Era un vino viejo, pero estaba entero y era maravilloso. Patricia, la cuarta invitada y la anfitriona comentó, muy acertadamente -”es un vino de reinas”. Al quitar el envoltorio descubrimos el vino. Para sorpresa de todos, era un Château Montrose de 1970, el mismo que se había servido en el hotel Intercontinental aquel famoso 24 de mayo. Casualidades tan grandes no se dan en la vida, y pensarán que me lo he inventado para tener un gran final de artículo. Por suerte hice una foto de los vinos, que adjunto como prueba. Muchísimas gracias amigos, por una velada mítica.