Podemos salvar al mundo antes de cenar, de Jonathan Safran Foer. Si fuera una pregunta respondería que no.

“The last thing a teacher needs to give her pupils is more information. They already have far too much of it. Instead, people need the ability to make sense of information, to tell the difference between what is important and what is unimportant, and above all to combine many bits of information into a broad picture of the world.” Yuval Noah Harari, 21 Lessons for XXIst Century. La última cosa que una maestra debe hacer es dar más información a sus alumnos. Ellos ya tienen más que de sobra. En cambio, las personas necesitan la habilidad de dar sentido a la información, para establecer la diferencia de qué es importante y qué no, y sobre todo, combinar multiples fragmentos de información para obtener una imagen del mundo más amplia.

Conocí a Jonathan Safran Foer por el libro Comer Animales. Anteriormente había visto una película cuyo guión era una adaptación de su conocida novela “Todo está iluminado”, pero no había leído nada de su obra. En el ensayo retrata, con despiadada precisión, la forma de cría de los animales que nos comemos. Después de leerlo, me hice vegetariano (solo duré dos semanas comiendo exclusivamente vegetales, pero eso es otra historia). Nuestro sistema de alimentación, basado en el consumo de proteínas muy baratas, solo puede conseguirse torturando a los animales que nos comemos. Una vez más, podemos mirar hacia otro lado, y seguir manteniendo la producción “salvaje” (de una forma cruel e inhumana) de los animales de granja. Solo puedo expresar mi admiración hacia las personas que, voluntariamente, no consumen productos animales por compasión. Lo más destacado del libro es la brillantez con la que está escrito. Si hubiera sido una lista de datos bien documentada y creíble, habría sido tremendamente aburrido y difícil de digerir (perdón por el chiste fácil). Las siguientes semanas posteriores a su lectura, solo cociné vegetales y adoctriné a mis pobres invitados sobre la maldad del ser humano. Pronto se me pasó la empatía y seguí con mi vida (carnívora), hasta el siguiente libro de J. Safran Foer.

Mi hermana me recomendó leer “Podemos salvar al mundo antes de cenar”, así es como cayo el último ensayo de divulgación de J. Safran Foer en mis manos. La tesis del libro es sencilla; si no dejamos de comer carne y otros productos de origen animal, en la cantidad en la que consumimos en los países industrializados, el fin del mundo está cerca, muy cerca. Hablamos de años, no de décadas o siglos.

La catástrofe, de hecho, es inevitable. En el libro aparecen otros artículos, de autores americanos en su mayoría, en los que describen el mundo apocalíptico que nos llega. Los dos que más me han gustado son: “La tierra inhabitable” de David Wallace-Wells y “Raising my child in a doomed world” de Roy Scranton.

La tierra inhabitable es un artículo escrito en el New York Magazine el 10 de julio de 2017. Casi desde el principio se convirtió en viral y es el artículo más leído en la historia de la publicación. Empieza así: “Es, te lo juro, peor de lo que crees”. Y sin duda es mucho peor de lo que se quiere usted creer o imaginar. Ciudades inundadas, millones de desplazados climáticos, desertificación, guerras climáticas (según los expertos, un aumento de cinco grados aumentaría el número de conflictos armados en un 50%), etc. Devastador. Es muy probable que en pocos años el sur de España sea inhabitable debido al calor. Pero eso es solo la punta del iceberg.

El artículo de Roy Scranton (16 de julio de 2018) tiene un principio todavía más conmovedor. Más o menos dice: “Lloré dos veces cuando nació mi hija. La primera de alegría, cuando después de 27 horas de trabajo el pequeño ser que habíamos creado se incorporo aullando al mundo, y la segunda de tristeza, cuando sostenía al ser humano más nuevo del planeta, mirando por la ventana para ver el mundo que una vez fue noble y hoy esta condenado” (la traducción es libre). El mundo está condenado, y traer un ser humano al planeta es un acto egoísta e irracional.

Básicamente, lo que está pasando es lo siguiente; el estilo de vida actual genera una gran cantidad de gases de efecto invernadero, que son expulsados a la atmósfera. La acumulación de gases conduce, inevitablemente, a un aumento de la temperatura. Dicho así, no parece especialmente grave. ¿Cuántos grados de subida podemos tolerar sin que se produzca una catástrofe? El acuerdo de Paris intenta un control de emisiones que solo conduzca a una subida de dos grados. Para ello, los países industrializados, liderados por USA y China (desde mi punto de vista deberíamos incluir también a Brasil e India) deberían disminuir sustancialmente sus emisiones. Ustedes saben lo que está pasando. No solo NO están disminuyendo, sino que están aumentando. A partir de aquí, lean ustedes lo que nos va a pasar por cada grado que aumente la temperatura media anual en el planeta. Nos esperan interminables noches de calor plagadas de mosquitos.

La cuestión principal, la que nos atañe, es si las decisiones individuales pueden servir para salvar al planeta de la destrucción. Perdón, creo que la pregunta está mal planteada. La vida en el planeta no está en peligro. Pase lo que pase, la vida seguirá; ya ha habido otras extinciones masivas y cambios extremos de temperaturas. Rehago la pregunta: la cuestión principal es si las decisiones de cada uno de nosotros, como individuos racionales, pueden servir para evitar el exterminio de la especie humana. J. Safran Foer cree que sí (ingenuo) y propone un sistema sencillo de recordar, y fácil de implementar; no consumir ningún producto de procedencia animal antes de la cena. Las recomendaciones de todos los activistas concienciados con la lucha contra el cambio climático son: utilizar lo menos posible los medios de transporte (no volar al extranjero por placer, ir a trabajar en bici, etc.), eliminar de la dieta, o restringir hasta casi su desaparición, todos los alimentos de origen animal (lácteos, huevos, carne y pescado), plantar árboles y no tener hijos (o muy pocos, o sea, uno). Yo añadiría que me parece un despilfarro encender la calefacción en invierno o, mucho peor, el aire acondicionado en verano (otro de los efectos del calentamiento será un mayor consumo de energía eléctrica). De todos estos factores, aunque nos resulte difícil de entender, el que más gases de efecto invernadero genera es la cría intensiva de animales de uso alimenticio para humanos. Se estima que el 60% de los productos agrícolas sirven para alimentar a los animales que luego nos comemos. Para comer carne debemos talar bosques enteros, para crear pastos o aumentar la superficie de cultivo para forraje. El bueno de J. Safran piensa que, si toda la humanidad en una acción conjunta sin precedentes, deja de consumir productos animales antes de la cena, la civilización tal y como la entendemos tiene una posibilidad. Me hace gracia, es una misión imposible. Estamos condenados, y cualquier otra suposición es mentirse y toda lucha es inocua, lo cual nos deja un amplio margen para seguir comiendo chuletas sin importarnos que va a pasar (aunque cada acción individual sí nos pone un poco más cerca del precipicio). La culpa, como siempre, es de los países ricos y de su consumo inmoderado, y los primeros en sufrir la crisis climática son, como siempre, los más pobres y vulnerables.

Los lectores que hayan llegado hasta aquí se preguntarán cuál es la razón de escribir en un blog de vinos (y de gastronomía) sobre el fin del mundo. Me he inventado dos razones (puesto que la razón principal es comunicar a mis fieles lectores que estamos al borde del colapso total): la primera, es una gran oportunidad para que los restaurantes tomen conciencia, y ofrezcan a sus clientes verdaderos menús vegetarianos, mucho más saludables y solidarios con los más damnificados en este mundo global. No solo eso, los cocineros son, en la actualidad, auténticas estrellas mediáticas. Podrían ejercer una gran influencia en la sociedad, concienciando con la necesidad de cuidar nuestro planeta, a la vez que enseñan a sus entregados fans deliciosas recetas sin cadáveres.

La segunda razón es algo más difusa. En algunas ocasiones, en los momentos de conocer y catar vinos, los elaboradores o el vendedor me hablan de “agricultura sostenible”. No sé por qué, pero una cierta sensación de incomodidad me recorre de arriba a abajo. ¿Qué es agricultura sostenible? ¿qué ventajas tiene sobre la “agricultura convencional” ? ¿se puede demostrar que es mejor para el medio ambiente y más “respetuosa”? ¿es más sana para los consumidores? Me temo que la respuesta de todas estas preguntas se acerca mucho más a un NO rotundo que a un sí discreto dicho en voz baja. Según la mayoría de los estudios, la huella de carbono, la cantidad de gases de efecto invernadero vertidos a la atmósfera, es mayor (en algunos casos mucho mayor) en los productos agrícolas obtenidos con prácticas ecológicas.

Este es un crudo debate, donde ambas posturas son defendidas por fanáticos con los cuales es difícil entablar un diálogo, pero que habría que empezarlo. Y  comunicar, sin mentiras y sin mensajes difusos que desorienten a los ciudadanos del mundo, cuales son las opciones reales de evitar la catástrofe. De hecho, nos estamos jugando la habitabilidad del planeta, no para nosotros, no al menos para mí, que debido a mi avanzada edad no voy a sufrir los rigores más severos del cambio climático, pero sí para nuestros herederos, todos los humanos recientes y futuros. El mundo, tal y como lo conocemos, va a sufrir una profunda transformación, y la única forma de evitar el desastre es llegar a acuerdos en la producción y consumo de los alimentos a nivel mundial.  

 

TERROARISTA