Viña Tondonia, un viaje en el tiempo y la nostalgia.

«Lleva tiempo llegar a ser joven», Pablo Picasso.

Que no me guste llegar tarde no significa que no llegue tarde alguna vez. El autobús para Viña Tondonia salía a las 11 y, cuando todas las campanas de todos los relojes de la ciudad daban las 11 llegaba con cara de “perdón por el retraso” (he de reconocer que mi llegada “fuera de tiempo” retraso la partida de la excursión al menos 45 segundos). Sirva este testimonio de prueba de mi reconocimiento de la fechoría y agradecimiento a todos los damnificados. Es un día feliz, hace muy bueno y todos nos reímos cuando la puerta del autobús no se puede cerrar (espero que no estuviera temporizada y hayan sido esos 46 segundos de desfase la causa). Nos ponemos en marcha con la puerta abierta pelados de frío cuando un amable conductor desde otro vehículo nos informa de que la puerta está abierta. Nos reímos con ganas y cambiamos de bus en unos minutos. Camino de Haro vemos el más hermoso y gigantesco suicidio del hemisferio norte. En un momento a mediados de otoño algunas plantas presienten que va a llegar el frío, entran en pánico y algunas células deciden morir. El fenómeno, conocido en el argot científico como suicidio celular, tiñe los montes de amarillo y rojo, amontona hojas en el suelo que servirán de alimento cuando se pudran el próximo año y convierten las viñas en un mar encendido de rojo sangre. Descendemos del bus aturdidos por tanto sol y tanta belleza para recibir la noticia; “estáis de suerte, María José os va a enseñar la bodega. Bebemos una copa de agua fresca, el baso de agua ofrecido para honrar al visitante y empezamos.

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María José nos va desgranando la historia de la familia. Hay tanto que contar… cada sala inspirará a esta mujer singular una pequeña parte de la saga familiar y de su centro geográfico, la bodega. Puede estar días hablando y creo que los oyentes podemos estar días escuchando. Fue fundada en 1877 por su bisabuelo, un hombre con una vida aventurera. Nació en Chile de padres vascos y vino a la península a estudiar o trabajar o, más probablemente, a buscarse la vida. Participó en las guerras carlistas, una serie de batallas jamás explicadas convenientemente en el sistema educativo español, en las cuales los dos bandos apoyaban a un rey diferente como legítimo heredero, aunque la realidad fuera bastante más compleja y fuera, como todas, una guerra de clases. Don Rafael fue exiliado a Francia, no les querían en el país. Estudió un año algo relacionado con hacer vinos, trabajo un poco y quiso volver a Chile. Su madre, como todas, le recomendó ponerse a trabajar. Trabajó en una empresa bordelesa que al quebrar fue abandonada a la carrera por sus dueños y don Rafael permaneció al frente durante toda la liquidación y el pago a los deudores. Lo hizo tan bien que unos señores en Haro le propusieron trabajar con ellos. En Haro conoció a una mujer y nunca más pensó en salir de España. Tubo 15 hijos, la familia, ha pesar de la basta documentación apilada en edificios llenos hasta los topes a lo largo de décadas, nunca han tirado un papel, ha pensado hasta hace poco que habían sido “solo” 14. Mientras la mujer cuidaba la prole Don Rafael compró una nave, amplió la bodega y, asesorado por los directores de los grandes chateaux del Medoc, compro parcelas donde plantar viñas. Frecuentes viajes a Burdeos, todos documentados, y los consejos de sus amigos franceses le decidieron por unas parcelas de canto rodado, de suelo pobre pero profundo para que las raíces puedan penetrar profundamente, no muy cerca del río por ser demasiado fértiles y propensas al ataque de los hongos. También horadó la roca del subsuelo para construir una nave subterránea donde almacenar las barricas. Su objetivo era elaborar el mejor vino de España y venderlo en los 5 continentes. Dio un consejo a sus hijos a modo de exhortación intergeneracional, “nunca dejéis a nadie que no sea de la familia formar parte de la bodega. Si no se puede mantener vended, pero no tengáis socios”. La sugerencia-orden, seguida al pie de la letra, en algunos momentos fue una maldición. Las guerras, la falta de mano de obra, la pobreza generalizada, los abusos de los bancos (con prestamos con un interés al 40% convirtiendo a la familia en trabajadores suyos) y más pequeñas o grandes desgracias pusieron la bodega al borde de la quiebra. El padre de María José recogió el testigo cuando la bodega estaba en números rojos. Los felices 70 trajeron turismo, visitas a la bodega y una cierta prosperidad. Diferentes modas han encumbrado a neófitos y destruido reputaciones, mientras Viña Tondonia ha mantenido la coherencia y el respeto a la tradición. Hoy es un icono de los vinos nacionales y, probablemente, la más reconocida de las bodegas en nuestro mundo globalizado (esto es una opinión mía, no pertenece a las explicaciones de María José). Pasamos por la sala de fermentación, con tinos de roble de una edad igual a la de la bodega, más de 130 años. En cada rincón hay útiles de trabajo antiguos, botellas amontonadas impertérritas ante el paso del tiempo, trabajo, sudor, tradición. Pocas cosas han cambiado desde aquel lejano día en que el abuelo sentó las bases para elaborar le mejor vino de España.

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María José no para de contar historia. No cuentan con tecnología de frío y la fermentación asciende de temperatura sin control. El roble de las tinas es mal intercambiador de calor. Como antes, abren las dos puertas de la nave para crear corrientes de aire para refrigerar. Pasamos a la sala donde, en barricas, el vino hace una lenta fermentación maloláctica para acabar ante cuatro grandes tinos de roble fabricados dentro de la bodega en el año 1977, en plena celebración del centenario de la bodega. Cada duela de los altísimos recipientes es de una pieza. Los árboles utilizados para su construcción tenían más de 300 años. La bodega tiene su propia sala donde, de forma totalmente artesanal, las barricas son ensambladas una a una. Compran el tronco, preparan las duelas y las dejan madurar, primero a la intemperie, en la calle, y luego en el interior.

María José (MJ a partir de este momento)-“Muy pocas bodegas en el mundo son capaces de arreglar sus propias barricas”-todas sus frases son definitivas . Cuando una barrica necesita ser arreglada se desmonta y las duelas viejas (las tablas utilizadas para hacer la barrica) son utilizadas de nuevo. De esta forma se van renovando las barricas pero siempre son muy viejas, neutralizando el impacto de la madera en el vino. Tuestan las barricas una a una e incluso reparan sus propias herramientas en una fragua. Nos enseña las azuelas (herramienta usada en la fabricación de las tapas de la barrica), como se usan, no explica el tostado, el único roble utilizado en la historia de La Rioja, el americano, y de cómo ella se aburría del mismo trabajo y se escapaba para aprender como trabajaban los ensambladores de las barricas.

MJ-“Mi padre me enseño a hacer vino y mi madre no me enseño a cocinar, por eso no soy una cocinera muy buena”. Su padre hizo muy buena labor.

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Descendemos por unas escaleras fantasmales, bajamos al subsuelo, al almacén tallado en la roca por el abuelo para guardar las 12.900 barricas que hay en la actualidad. Toda la pared tiene humedad y esta cubierta de un moho negruzco de aspecto amenazador. Es el Cladiosporum Cellerae, un hongo típico de las bodegas y desterrado como uno de los grandes enemigos. En todos los rincones las laboriosas arañas tejen sin prisa sus redes en un entorno protector.

MJ-“Hemos tenido mucha suerte con los inspectores de sanidad que han pasado por aquí. Todos han aceptado que el hongo es natural, vive aquí y es indispensable para mantener la humedad de forma natural”.

MJ-“Cuidamos mucho de las arañas, son nuestra principal defensa ante la polilla del corcho, nuestro gran enemigo”.

Salimos al exterior, a un precios balcón natural sobre el río Ebro. Al otro lado vemos los meandros del río y las parcelas de Viña Tondonia y Viña Gravonia. En lo alto de una torre que parece un castillo, justo encima de la entrada a la bodega escavada en roca viva, hay un molino traído por el abuelo a finales del siglo 19 y todavía en uso.

MJ-“Mi abuelo quería escavar un nivel más, un piso debajo del actual, menos mal que no lo hizo, el no sabía que este es un terreno propenso a la inundación. Queda sumergido bajo el agua una vez cada 200 años”. En cualquier otra empresa no parece un gran riesgo pero en esta…

MJ-“Nosotros matamos la añada. La añada es un invento moderno, no era exigible hasta el año 1980 y fundamentalmente perseguía evitar el fraude, es un motivo burocrático, no enológico. Años buenos hay malos vinos y años malos hay buenos vinos. ¿Cómo se consigue?, con una gran selección de uva en la propia parcela y elaborando mucha menos cantidad. La ley permite mezclar un 15% de otras añadas y nosotros estamos orgullosos de hacerlo”.

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Finalmente MJ nos abre dos pequeñas estacias donde reposan las botellas más antiguas. Son santuarios donde no dejan entrar a las visitas para no alterar la vida microbiótica que viven sobre las “botellas sucias”.

MJ-“Me llamaron de una tienda de Nueva York para decirme: señora, es una vergüenza, ¡todas las botellas qué nos envía están sucias!

Mire- le respondí- no voy a venderle más porque usted no entiende la historia de mi familia y como elaboramos y mimamos los vinos. Me escucharon y al rato me llamó el jefe para disculparse. Han pasado por aquí todos los sumilleres que trabajan para ellos y ahora, cada vez que vamos por Nueva York nos dicen: envíenos más botellas, pero de las sucias”. Ascendemos de la penumbra a la luz, de las catacumbas ancestrales a la luminosa sala de degustación. MJ trae cuatro botellas de vino blanco Viña Tondonia de37.5 centilitros. Nos reta a adivinar la añada. Uno de los visitantes, uno que sabe, comenta.

Diego (rest. La Lobita)-Si no tiene añada tiene que ser anterior a 1980.

Efectivamente, en la etiqueta no pone nada más que sexto año. Abrimos las botellas con más aplomo que pericia y nos disponemos a disfrutar. Catamos un poco de cada botella y todas son significativamente diferentes. El corcho es un factor diferenciador, convierte a cada botella en única. El líquido es dorado, vibrante, atemporal. Es emocionante, transmite historia, la de una familia, geografía, la pureza de una zona bendecida, y alma, la parte que solo las personas pueden aportar con conocimiento, trabajo, pasión, compromiso y orgullo. Degustar es un acto íntimo y solitario, el vino causa sorpresa, bienestar y un profundo sentimiento de alegría. El vino es de 1964, anterior al nacimiento de todos los presentes.

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Entre dicharacheros y estupefactos vamos a comer. La comida fue espectacular, tuve la suerte de estar en la misma mesa con Paco, Marivé y MJ. Las historias contadas sobre las más grandes personalidades del vino nos hicieron reír, literalmente, a carcajadas, pero no conseguí el permiso para hacerlas públicas.

 

Gracias Paco y Marivé, dueños de la distribuidora Alma de los Vinos Únicos, por organizar una visita tan excepcional. En el mundo del vino habéis sido pioneros en la divulgación del vino singular y tenéis el respeto y admiración de todos nosotros (y mi cariño a título personal). Recuerdos para vuestros colaboradores, Pilar y David, siempre tan amables (créanme, muchas veces ponemos a prueba su paciencia).

María José y todos los colaboradores de la bodega fueron de una amabilidad excepcional. Un recuerdo para el carpintero Miguel, el sabe por qué.

Gracias de nuevo a todos por un día inolvidable.

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Para acabar, no se pierdan algunas de las sentencias de MJ.

“A los 20 años un vino se estabiliza y puede envejecer durante 30, 40, 50 años sin perder los atributos de juventud”.

“Hoy nada se hace pare envejecer”.

“Hoy todo el mundo se vuelve loco con los vinos viejos de Rioja, de los años 40 y 50 cuando, en realidad, no sabemos si la uva utilizada para elaborarlos era de aquí”.

“Tuvimos durante 10 años un antropólogo contratado solo para poner orden en los archivos familiares. Solo la correspondencia ocupa un montón de volúmenes de 500 páginas cada uno. Me voy a leer todos, aunque no me de tiempo a leer el Ulises”.

Como todos mis lectores saben, nosotros adoramos a James Joyce.

 

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