Mis favoritos del Prado II y III. David vencedor de Goliat de Caravaggio y Ticio de Ribera.

David vencedor de Goliat, de Michelangelo Merisi, conocido como Caravaggio.

Caravaggio es una de las personalidades más atrayentes de la historia del arte, y no solo por su personalidad carismática y visceral, o por las múltiples anécdotas sobre su vida, sino por la tremenda influencia de su obra en la pintura moderna europea. Michelangelo llega a Roma, el centro del mundo artístico, sobre 1584, para intentar ganarse la vida como pintor. En aquel momento todos los artistas pintaba “a la maniera”, básicamente consistía en imitar a los grandes maestros renacentistas. El Renacimiento había supuesto la reinvención de la ciencia, la filosofía y el arte. Los grandes artistas renacentistas, Rafael, Miguel Angel, Leonardo, (si se dan cuenta solo hay que decir el nombre, todos los conocemos, 500 años después) solo por mencionar a alguno, inventaron, o desarrollaron, un formato definitivo de composición y estructura. El refinamiento de las imágenes, la utilización de recursos nuevos como la perspectiva y la competitividad creativa entre genios dejó la idea de que no se podía pintar mejor. Incluso hoy en día nos lo preguntamos delante de un Rafael.

Sin embargo Michalangelo no pinta como los demás. Utiliza como modelos personas que elije de los tugurios que el visita. Los jóvenes que aparecen en sus cuadros son autorretratos o amigos de su pandilla de buscavidas. Ejecuta sus obras directamente sobre el lienzo, sin boceto previo. El marcado realismo de las figuras, personajes reales fáciles de reconocer entre nosotros, contrasta con la dramatización del cuadro. Las figuras son reales, pero sus gestos están teatralizados. Notamos la mano del artista en la colocación de los personajes para narrar una historia. La obra pierde realismo, pero gana en intensidad dramática, es más convincente. Y crea algo nuevo. Zonas muy iluminadas destacan sobre las zonas más oscuras, creando un contraste que dirige nuestra mirada hacia lo esencial. Vemos un momento, pero la intensidad y la fuerza de lo relatado nos hace pensar en un instante esencial, contemplamos uno de esos momentos que lo cambian todo para siempre.

En el cuadro de El Prado, vemos a David apoyando su pierna con elegancia sobre el cuerpo vencido, y vuelto boca a bajo, de Goliat. David acaba de cortar la cabeza de su enemigo y le está atando los cabellos. David viste ropas pobres, de ciudad, no de pastor. Tiene la piel demasiado blanca para trabajar a pleno sol. Su belleza deslumbra sobre el fondo negro. La delicadeza no le resta majestuosidad, mientras realiza su tarea concentrado y sin prisa. La cara de Goliat es perfecta, cara de muerto con ojos de sorpresa. Las radiografías han descubierto que Caravaggio pintó una cara mucho más intimidante, con los ojos desorbitados y un gesto de horror, pero el comprador debió encontrarla demasiado aterradora y mando al artista pintar encima. El espacio del cuadro es pequeño y las dos figuras están constreñidas en ese pequeño escenario. Sin embargo, el porte real y la dignidad de su gesto, la tranquilidad de su rostro después de haber ejecutado y mutilado a un hombre, nos descubre a un David vencedor y nos permite vislumbrar, por primera vez, al futuro rey de los judíos.

A pesar de los movimientos controlados y pausados de David, el cuadro desprende una fuerza impactante. La diferencia entre las zonas de luz y las de sombra dan una intensidad dramática y de eternidad desconocidas. Caravaggio utiliza la luz como nunca antes se había utilizado, dándole todo el protagonismo. En una época donde nadie dudaba de que no se podía pintar mejor, un hombre desafía a los grandes maestros e inventa algo nuevo. El paso del renacimiento a la pintura moderna pivota sobre los hombre del genial Caravaggio.

Hágase la luz, y empezó el Barroco y, en cierta medida, la pintura moderna.

Ticio, de José de Ribera.

José de Ribera es, cronológicamente, el primer maestro español del barroco. No se conoce muy bien donde aprendió el arte de pintar, pero se le sitúa desde muy temprano en Italia. Está documentado que vivió una temporada en Roma y se estableció definitivamente en Nápoles. Podemos tener la certeza de que vió, y probablemente estudió, las principales obras de Caravaggio, tanto en Roma como en Nápoles. Sin duda es uno de sus discípulos avanzados.

En el cuadro vemos un hombre de proporciones desmesuradas, grande y fuerte. Está encadenado a las rocas y su margen de movimiento es limitado. Un pájaro negro de pico brillante esta devorando las vísceras del gigante mientras el pobre condenado intenta espantarlo en un movimiento convulso, doloroso, inhumano. El rostro, desencajado de dolor, mira al cielo suplicando el fin del tortura. En el fondo negro apenas se aprecian las alas extendidas del buitre infernal. El escorzo imposible del hombre encadenado, los contrastes de luz, el realismo de la figura, tan humano que casi sentimos su olor, que casi oímos su grito, transmiten una fuerza desesperada. Es como si Caravaggio hubiese evolucionado un poco en su estilo y hubiese abandonado la dramatización para ser más violento, más extremo.

El gigante es Ticio, uno de los muchos hijos bastardos de Zeus. Intento violar a una de las amantes de su padre y (por si no lo saben, no es buena idea enfadar al Dios de dioses), de castigo, le envió al Tártaro, el infierno de los condenados. Al ser hijo de dioses Ticio es inmortal. Encadenado en las rocas del inframundo está condenado para toda la eternidad a ver como un buitre devora su hígado.

Me gusta mucho este cuadro, me lo encontré un día vagando por el Prado. A pesar de ser un cuadro de dimensiones enormes (3.01 de ancho por 2.27 de alto), y de ser considerado una de las grandes obras maestras de su tiempo, suele pasar desapercibido. Está ubicado en un rellano, creo que coincide con la entrada de Velazquez al museo. Por lo general, nadie levanta la vista, todos andamos atareados con el mapa, buscando las salas que queremos ver, y utilizamos el rellano para ubicarnos. Así que lo considero un descubrimiento.

TERROARISTA