Las uvas y su papel estelar en la Navidad.

Pleausures without Champagne is purely artificial” Oscar Wilde. Los placeres sin Champagne son puramente artificiales.

Ayer (hoy es 2 de enero de 2021), todos los lectores de este artículo levantaron sus copas llenas de burbujas, formularon un deseo, las chocaron con cuidado con las de sus seres queridos (muchos menos este año) y se bebieron el delicioso líquido. Unos segundos antes, todos ustedes intentaron la estresante prueba de comerse doce uvas siguiendo las campanadas de un viejo reloj. También es probable, no seguro como lo anterior, que si su madre es mayor haya en el plato de los dulces peladillas, piñones dulces y uvas pasas (que nadie come y que nos hacen preguntarnos, ¿por qué mamá las sigue comprando?). Todo tiene un porqué, aunque para entender cabalmente toda la tradición, mitología y costumbre acumulada en los gestos que hacemos en menos de un minuto, debamos profundizar largo tiempo en nuestra historia.

El acto de levantar la copa y formular un deseo es heredera de una antigua tradición griega. En todos los momentos importantes de sus vidas, los griegos realizaban una ofrenda a los dioses llamada libación. La libación consistía en verter un líquido en un recipiente ceremonial, decir una pequeña oración, en la cual se expresaba un deseo, y se vertía el líquido sobre el suelo, devolviéndolo a la madre tierra. Los líquidos empleados podían ser muchos, leche, miel disuelta, agua, aceite… pero el más común, el más empleado en las ceremonias y rituales más importantes, era el vino. Antes de empezar los Juegos Olímpicos, antes de una batalla, cuando el hijo volvía de la guerra o se enfrentaba al matrimonio, se ejecutaba la ceremonia. Una vez derramado y deseado salud, una vida feliz o suerte en la batalla, se repartía el resto del vino entre los invitados. Hoy, el gesto inmemorial de levantar la copa y pedir a las deidades fortuna y cuidados recibe el nombre de brindis.

Comer doce uvas siguiendo el ritmo de las campanadas es una tradición española. La leyenda cuenta que en el año 1909, unos empresarios alicantinos tuvieron una genial idea para deshacerse del exceso de uva de un año de cosecha excepcional. La idea consistía en una campaña navideña sin antecedentes, en la cual asociaban comer uvas siguiendo las campanadas con la buena suerte. La magnífica idea triunfo, los empresarios consiguieron vender las uvas antes de que se pusieran malas y, de paso, crearon una costumbre que parece definitivamente arraigada en la población. Sin embargo la costumbre es anterior, y parece que procede de una iniciativa mucho más popular. A finales del siglo XIX, la aristocracia y la alta burguesía brindaban con Champagne y comían uvas, siguiendo la tradición francesa, tan chic. Pero no doce y no siguiendo las campanadas. En el año 1890, coincidiendo con ciertas restricciones del ayuntamiento de Madrid a la celebración de fiestas callejeras, ruidosas y con alto consumo de alcohol, un gran número de madrileños, se reunieron en la Puerta del Sol, lugar permitido para oír las campanadas. En medio del jolgorio, empezaron a comer uvas, un forma de burla hacia las clases más pudientes. El pueblo se apoderó de la costumbre aristocrática. La primera mención en un periódico a comer doce uvas es de Luis Taboada, escrita en El Imparcial en el año 1897. En el artículo explica de forma muy graciosa las diferentes técnicas para comer las uvas, 12 uvas siguiendo las campanadas, sin atragantarse. Todo parece indicar que la intrépida campaña desarrollada por los viticultores alicantinos no creó la costumbre, pero sirvió para extenderla a toda la población y convertirla en nuestro fin de año.

Las famosas pasas navideñas (y las peladillas) que tanto nos sorprende encontrar tienen su propia historia. Hasta hace muy poco éramos pobres, o al menos lo era la mayoría de la población (que pronto se olvida que mi madre tenía que hacer un agujero en el hielo para lavar la ropa o que mi tía murió por que no había penicilina). Adquirir productos dulces siempre ha sido caro (excepto ahora, que el azúcar es una plaga). La forma tradicional de tener un postre dulce en invierno, que no hay fruta madura, era vendimiar unas uvas sanas y ponerlas a cubierto. De forma natural se deshidratan, perdiendo agua, arrugándose la piel y cambiando de color. La concentración de azúcar por la pérdida de agua hace la fruta todavía mas dulce. En todos los viñedos antiguos nos sorprende encontrar cepas de uvas blancas entre las tintas. Ocurre en todas las denominaciones de todos los países productores. Una posible, y creíble, explicación sería el asegurarse un postre dulce para navidad. Y puede ser también que en todas las regiones exista un vino dulce, elaborado con las uvas no consumidas durante las celebraciones. Las peladillas y los piñones eran para los habitantes de las ciudades y las clases más acomodadas. Ponerlos sobre la mesa es, era, un símbolo de estatus. Aunque nos sorprenda, nuestras madres siguen comprando los productos que ellas comían de niñas, en su familia. Aunque es probable que estos productos desaparezcan para siempre de las mesas navideñas en muy pocos años.

Nos quedan las burbujas, el celestial líquido de las celebraciones. Desde hace siglos, el vino de Champagne se asocia a la fiesta, al glamour, al lujo y a la alegría. Da igual de donde sea usted del planeta, si tiene algo que celebrar y tiene dinero, abre una botella de Champagne. Es la bebida de los zares, de los ricos de revista, de las estrellas de cine. Se abren en las carreras de coches y motos, se utilizan para bautizar barcos, se brindó cuando el hombre llegó a la luna. Está en la cabeza de todos, es el vino más famoso, el más conocido. En la película Casablanca Humphrey Bogart abre un montón de botellas de champagne para agasajar a la joven y bellísima Ingrid Bergman. En casi todas las películas clásicas las adoradas estrellas de cine descorchan, como un tiro, una burbujeante botella. Es un trabajo de marketing perfecto, desarrollado a lo largo de siglos.

Hemos copiado esta costumbre, y nos ha gustado. En los momentos de fiesta se bebe champagne, o un buen sustituto, como el cava, pero siempre burbujas. Eso sí, sin devolverle ni una gota a la madre tierra.

TERROARTISTA