Breve historia de las bodegas tradicionales de Castilla y León, y de algún proyecto de recuperación.
When I was a child, we always had wine on the table, no matter how simple the meal. The wine had no special identity; it was just ‘the wine,’ from the cellar cask. The rules were general: white with the first course, red with the main course. Jacques Pepin, gastrónomo y artistas americano de origen francés.
La aparición de las primeras bodegas tradicionales se remonta al tiempo de la reconquista, durante la repoblación de la meseta castellana, fenómeno especialmente observable a lo largo de la ribera del Duero. Eran construcciones escavadas debajo de las casas, con una doble función; de almacenamiento y conservación de alimentos y la de defensa ante posibles ataques. En la Edad Media la población estaba más asentada, con núcleos de población que crecían alrededor de los castillos, dedicados a la defensa, y los monasterios, que impulsaron la ampliación del viñedo. Compitiendo con el cereal, la superficie de viñedo va creciendo, al mismo tiempo que el vino entra a formar parte de la dieta diaria. La construcción de un número creciente de bodegas familiares duró desde la Edad Media hasta principios del siglo XX.
La función era la misma para todas las bodegas; elaborar y/o almacenar vino y un lugar de encuentro para reuniones sociales. Las uvas procedían de majuelos familiares, transmitidos muchas veces de padres a hijos. Durante la vendimia, las uvas eran transportadas hasta los lagares, generalmente comunes, de uso para todo el pueblo, repartidos por el municipio. El mosto o el vino a medio hacer se trasladaba en pellejos y odres a las bodegas, donde acababa la fermentación y se almacenaba. Son profundas, entre 6 y 8 metros, pudiendo llegar a los 12. Son construcciones humildes, muchas veces talladas en roca viva, realizadas por los propietarios, ocupando bajo tierra la superficie edificada en el exterior.
La expansión del viñedo trajo más uva, y con ello la necesidad de más espacios para su elaboración. La superficie dedicada a la plantación de uva alcanzó su mayor apogeo en 1889, con algo más de 290.000 hectáreas (a día de hoy no llegan a 80.000). Por un lado se ampliaron las bodegas subterráneas ya existentes, extendiéndose más que la superficie de la propiedad, juntándose con las de los vecinos, dando lugar a un laberíntico sistema de túneles. En algunas ocasiones, como en Aranda o Lerma, daba lugar a verdaderas ciudades subterráneas, que en muchas ocasiones sirvieron de refugio ante agresiones externas.
Frente al tipo tradicional de bodegas aparecen los barrios de bodegas. Por lo general, la construcción es en una colina o loma fuera de la urbe donde viven las personas, pero muy cercana a al población. En el mismo lugar, diferentes propietarios construyen su propia bodega, dando lugar a un paisaje arquitectónico único. En la ladera, aparecen pequeños montículos muy característicos. La construcción se realizad depositando el material extraído de la excavación del túnel justo encima, donde estará la entrada. Al mismo tiempo empieza la construcción de la zarcera, un corte transversal que conectará con la parte más profunda de la bodega, y por donde se arrojarán las uvas durante la vendimia. Su nombre se debe a que, para saber si había terminado la fermentación (es peligroso bajar a ver el vino durante la fermentación por la presencia del CO2), se arrojaba una zarza ardiendo. Si la zarza se apagaba, significaba que no se podía acceder al interior. También debían construirse respiraderos, para mover el aire y evitar el tufo (nombre tradicional de CO2 generado) y chimeneas para calentar la estancia y para hacer la comida (las famosas chuletillas hechas en sarmiento, no debemos olvidar la función de lugar de relación social).
La importancia económica de las bodegas tradicionales fue grande entre los siglos XVI y finales del siglo XIX, aumentando en número a la vez que aumentaba la superficie de viñedo. En el siglo XX, en especial con la crisis agraria de los años cincuenta, con la llegada de la concentración parcelaria y la mecanización y el manejo del cultivo más eficiente, provocó un fuerte éxodo de la población del campo hacia la ciudad (fenómeno que aún no ha terminado, dando lugar a grandes espacios sin población, la España vaciada). La mayoría de las bodegas fueron abandonadas, lo mismo que los pueblos, y están en un estado lamentable.
Sin embargo, algunas iniciativas intentan recuperar este patrimonio único. Muchos particulares las utilizan como merenderos y centros de ocio. La recuperación de estos espacios por parte de restaurantes, para aumentar el aforo y el atractivo del local, está en auge. El atractivo turístico de las laberínticas galerías subterráneas atraen a un gran número de visitantes a Aranda y Lerma. Bodegas como Carrillo de Albornoz ha recuperado un lagar, de los cuatro que había, en el pequeño pueblo de Avellanosa de Muñó, para regocijo de los visitantes. Aunque la mayor iniciativa de recuperación la encontramos en Moradillo de Roa, en pleno corazón de la Ribera del Duero. En 2016 organizaron la Primera Jornada de Recuperación del Entorno de Bodegas, con la idea de salvar las bodegas del pueblo y hacer un vino de pueblo. El pueblo, con 193 habitantes, tiene casi el mismo número de bodegas, alineadas perfectamente ocupando todas las caras del cerro de la Iglesia de San Pedro. Implicando a los habitantes, concienciados con la importancia de cuidar de sus propiedades como parte del patrimonio comunal, han recuperado 157 bodegas y 7 lagares tallados en roca. El proyecto “El Cotarro” ha ganado varios premios nacionales e internacionales, siendo el último y más importante el Premio Patrimonio Europeo a la Conservación de Europa Nostra 2020. En los últimos cinco años la iniciativa ha atraído a miles de visitantes, interesados en la particular forma de construcción de los barrios de bodegas. Una forma de generar una actividad de negocio sostenible, que guarda la cultura y defiende una arquitectura singular a punto de desaparecer. Si uno de los grandes problemas de nuestro país es el abandono del campo, iniciativas de recuperación de patrimonio abandonado abre nuevas posibilidades de creación de empleo, y de fijación de población en el entorno rural.Bre