Mis cuadros favoritos de El Prado V y VI. La Anunciación de Fra Angelico y El descendimiento de Rogier van der Weiden.
«If I have seen further than others, it is by standing upon the shoulders of giants”. Sir Isaac Newton.
«El pintor tiene el universo en su mente y en sus manos» , Leonardo da Vinci.
La Anunciación de Fra Angelico.
Un museo es una máquina del tiempo. Solo hay que retroceder unas cuantas salas para retroceder siglos en la historia. Los cuadros nos permiten visualizar la forma de vestir, los alimentos, las costumbres… pero sobre todo, las preocupaciones y los retos de la sociedad. Y ofrecen la forma de entender que pensaban y sentían aquellos humanos.
Llegamos a nuestro destino, la Anunciación de Fra Angelico, pintado unos 100 años que el Cardenal. El cuadro es de muy fácil lectura. A la izquierda vemos una pareja en un jardín exuberante, un vergel. Están vestidos y unas manzanas, aparentemente mordisqueadas, están a sus pies. Un ángel muy serio, pero sin espada flamígera, les invita a abandonar el confinamiento. La pareja parece disgustada, y hacen claros gestos para evitar ver la triste figura del ángel. No es para menos, les espera trabajo, sudor, hambre y dolor. Están siendo expulsados del paraíso, y de paso legando a la humanidad para siempre la tremenda carga del pecado. Sus hijos, y todos sus descendientes, todos nosotros, arrastraremos el lodo de su desobediencia con la mancha indeleble del pecado en el alma (sin exageración). Sin embargo, hay (un rayo de) esperanza. Una luz que nace directamente de las manos de Dios, atraviesa el tiempo y el espacio para iluminar la cara de una delicada mujer. A la derecha del cuadro vemos la escena cuando el arcángel comunica a María que ha sido elegida para alumbrar al Salvador. La dignidad con la que el artista representa los rostros, la precisión milimétrica de los ropajes, la exquisita combinación de colores, desprenden paz. Podemos pasarnos largos minutos delante del cuadro sin darnos cuenta, puesto que nos sentimos en calma.
La belleza de las figuras, el ángel de alas doradas como piezas de orfebrería y su fastuoso vestido rosa , y la virgen, esbelta y estilizada (es más alta que el arcángel, incluso estando sentada) con su manto de puro azul, representan la pureza ideal.
Estamos ante uno de los grandes genios de principio del Renacimiento. Si nos fijamos, las líneas de la construcción donde están las figuras no fugan, los personajes parecen estar en una tabla inclinada hacia el espectador, a punto de resbalar. Para dar sensación de profundidad, Fra Angelico abre una puerta y pone una segunda estancia con un banco. La luz no entra por un punto determinado de la obra, sino que ilumina a todas las figuras sin crear contraste. Por lo tanto, no hay sensación de volumen. Lo mismo pasa con el fondo del jardín, pintado en detalle, y la sensación de profundidad se consigue con la superposición de elementos, no desdibujando los contornos de los objetos más alejados. La pintura utilizada es témpera. La témpera es soluble en agua y el elemento utilizado para aglutinar los pigmentos es goma arábiga.
El descendimiento de Rogier van der Weiden.
Una de las obras que más atrapa la atención de los visitantes (o al menos a mí), está en una de las primeras salas, cerca de la entrada, y se ve desde fuera. La poderosa fuerza de la pintura te dirige inexorablemente hacia ella. Es de un pintor flamenco, y se pinto unos 80 años antes que El Cardenal. La pintura flamenca fue de gran importancia antes y al principio de El Renacimiento. Los pintores flamencos producían su obra en talleres, generalmente de tradición familiar, donde trabajaban hermanos, tíos y primos, con un reparto bastante estricto de las tareas. Los de más alta jerarquía en el taller desarrollaban el boceto y era pintado en equipo por todos ellos. Se pintaban varios cuadros completamente iguales y luego se vendían por toda Europa. Si ese año se llevaba la virgen llorando, pues se hacían muchas vírgenes llorando. Muchas de las obras que vemos en museos y en iglesias son algo que podríamos llamar “copias originales”, puesto que eran ejecutadas por los talleres flamencos, pero sin grandes variaciones, hay muchas iguales. Incluso en los grandes cuadros de El Bosco no podemos decir a ciencia cierta que partes pinto él y cuales sus compañeros (todos queremos pensar que él fue el ejecutor de todo, y más los directores del museo, pero no está nada claro. Es seguro que el gran genio creador de El Bosco es el responsable de todas las grandes obras de El Prado, pero probablemente ciertas partes fueron completadas por otros).
Una anécdota bastante curiosa es la referente a la fabricación de los colores. Antiguamente no había botes de colores fáciles de comprar en una tienda, sino que cada taller tenía su propia fórmula. Era el secreto mejor guardado de cada familia, y solo se desvelaba hasta que el maestro fabricante no se retiraba y, en el lecho de muerte (esto quizá sea una exageración), revelaba a su sucesor todos sus secretos. El aglutinante utilizado era el aceite, oleo. El oleo tarda más en secar, permite mezclar los colores y da una sensación de realismo imposible con otras pinturas. Pronto fue aceptado por el resto de pintores europeos. Otra anécdota es, si a usted le permiten acercarse mucho a ver un cuadro, el reflejo en los ojos de alguno de los personajes. Si se acerca mucho, verá que en muchos cuadros el reflejo en los ojos es parecido a una ventana. Los pintores flamencos buscaban el realismo, y pintaban el reflejo de la ventana en los ojos de Jesús o de cualquier otro personaje para decir: el modelo estaba delante, es real.
Volviendo al cuadro que nos había atrapado, es El Descendimiento de Rogier van der Weiden.
Las figuras del cuadro son muy bellas, pero realistas, no están idealizadas. Los colores son brillantes, parece que rebote la luz. Los detalles son de una gran destreza, de un artista con pleno conocimiento de su oficio, muy profesional (es una obra de encargo). Al mirar la obra entendemos el mensaje, sentimos su fuerza, pero cierto desasosiego nos perturba. ¿De dónde viene el gran poder de esta obra?
Obviamente es la obra de un maestro. La ejecución y la belleza de la pintura se perciben en la distancia. Pero varios detalles ayudan a aumentar la sensación de desasosiego, dando más impacto al contenido. La ubicación de los personajes es perfectamente simétrica. El cuerpo de la Virgen y de Jesús tienen exactamente el mismo gesto. Los dos personajes de los lados parecen un paréntesis, empujando a los personajes hacia el centro. Hay cuatro hombres y cuatro mujeres; el simétrico de cada uno de los personajes inclina la cabeza en la misma dirección, dando un gran equilibro a la composición.
Sin embargo, las figuras están metidas en una caja dorada, parecen piezas de ajedrez colocadas a al fuerza en una caja más pequeña que la original. No hay perspectiva, por lo cual el artista debe recurrir a trucos visuales que, no siendo percibidos por el observador, crean una sensación de perpleja incomodidad. Para tapar el imposible giro de la cruz y de la escalera, el cuerpo de la Virgen es desproporcionadamente largo. Todos los personajes parecen en desequilibrio, como si fueran a caer hacia el observador. Entre tanta tensión, el drama de una muerte y el enclaustramiento inestable de los personaje, el cuerpo bello, luminoso, casi femenino de Cristo, parece flotar. Es un cuerpo inmaculado, divino, no parece, salvo las heridas de su ejecución, haber recibido tortura. Llama poderosamente la atención la barba, rala, como si antes de haber sido prisionero se afeitara, en vez de dejarse barba, como era la costumbre judía (quizá sea un detalle para masculinizar un cuerpo demasiado delicado).
Decía Newton que había visto más lejos por que iba a hombros de gigantes. Quería afirmar que su trabajo se basaba en el trabajo previo de otros científicos. Los grandes genios del Quintecento, el segundo siglo de El Renacimiento, se apoyaban el los hombros de gigantes anteriores a ellos. Nada, incluido el arte, surge de la nada.
TERROARISTA