Mis cuadros favoritos del Museo del Prado. El jardín de las delicias, El Bosco.
«Pinto flores para que así no mueran«, Frida Kahlo.
Sé, sin que ustedes me lo digan, que este es un blog de vino y que es lícito preguntar qué pinto yo en esto. Tienen razón, pero en las circunstancias actuales de confinamiento en casa, y puesto que no pueden ir a la tienda de vinos o al restaurante gastronómico de la esquina, y no habiéndose inventado la manera de compartir una buena botella de forma virtual, voy a escribir sobre algo que sí se pueden hacer, visitar un museo desde casa. Por supuesto no soy un experto, solo un aficionado, así que solo daré mis puntos de vista y mis sensaciones. No voy a dar una puntuación a las obras, no se preocupen (algunos lo hacen con el vino, un sinsentido, ¿verdad?), sino solo contarles porque me gustan. Y si quieren que me busque una escusa, miren el extraño árbol que está en primer plano en la tabla de la izquierda. Puede que me equivoque, pero los frutos se parecen sospechosamente a racimos de uvas. En este link podrán ver el cuadro a altísima definición en todos sus detalles.
Los cuadros no aparecen en orden de importancia, no es una clasificación, aunque sí marca un orden de visita. Empecemos.
El jardín de las delicias, de Jheronimus van Aken, más conocido como Hieronymus Bosch o El Bosco.
Empezamos no con los aperitivos, sino con uno de los platos fuertes del arte mundial. La obra es un tríptico compuesto por tres tablas, cada una con un tema diferente. Al cerrarse los dos paneles laterales, también pintados por la parte de fuera, forman una gran burbuja transparente. Dentro de ella, extrañas formas naturales con cierta geometría de color gris-verdoso ocupan la tierra, bajo ominosas nubes negruzcas. Es el tercer día de la creación, el día en el que Dios creó las plantas. Todo se ve gris, la luz todavía no ha sido creada.
Abierto nos encontramos con una de las obras más enigmática, hipnótica, original, libre e inventiva de la historia de la humanidad. La explicación clásica siempre ha visto la tabla de la izquierda como el Paraíso Terrenal, el lugar elegido por Dios para crear a sus criaturas elegidas. La tabla central representa, por lo tanto, el lugar destinado a las personas creyentes y justas, un premio en la otra vida por las buenas acciones en la tierra, El Paraíso. Por último está el infierno, el lugar destinado a los que contravienen la ley de Dios. Las tres tablas son obras maestras vistas por separado.
En la tabla del Paraíso Terrenal, la primera por la izquierda, destaca la imagen de Dios, retratado como Jesucristo, demasiado joven, entregando una mujer al primer hombre. El lugar es de una belleza indescriptible, pero no exenta de violencia (hay un león devorando una presa), animales monstruosos y algo parecido a la evolución con los animales que salen del agua y se transforman. No es un lugar completamente tranquilo.
La tabla central es El Paraíso, el lugar donde no hay vergüenza, no se envejece, no se peca. La belleza, originalidad y maestría de ejecución lo convierten en una de esas obras que cambian el arte para siempre.
La tabla de la derecha, el infierno, sorprende por su oscuridad, en claro contraste con la luminosidad de la tabla central. Podríamos definirlo como el horror; monstruos de todo los tamaños torturan, violan, matan, humillan, despedazan a pobres humanos indefensos. Guerras atroces provocan muerte y destrucción. Miles de personas sin refugio escapan de las llamas, para caer en una realidad atroz, sin esperanza, ante cierta pasividad permisiva de los representantes de la iglesia. Un extraño ser, con patas de árbol que descansan sobre dos barcas, tiene un extraño habitáculo donde una demonio sirve una jarra de vino a unos hombres sentados sobre un sapo. Justo al lado, sorprende una cara, la única de tamaño natural, que mira al público enfrente del cuadro. Es impresionante, siempre encuentras algo nuevo.
Volvamos a la tabla central. El jardín esta lleno de personas desnudas, pero ninguna siente ningún tipo de tabú o miedo. La desnudez es parte de la vida tranquila e indolente representada en el cuadro. No hay violencia, sino tranquilidad, unido a un frenesí loco pero controlado. Todos parece natural, no se sienten juzgados. Vemos animales mitológicos, fieras pacíficas y pájaros gigantescos, pero forman parte del decorado festivo, no tienen peligro. No hay viejos, no hay enfermedad, no hay niños, solo una eterna juventud sin preocupaciones y llena de diversión.
Desde mi punto de vista, el cuadro nos da tres pistas para poner en duda la explicación tradicional y plantear una explicación más moderna.
1- En la tabla central, hay dos personas vestidas y otra que solo se le ve la cara, justo en el lado inferior izquierdo. La explicación clásica siempre a querido ver a Adan y Eva, justo en la puerta de El Paraíso pero sin poder entrar en el.
2- La cara del personaje en el infierno, la única de tamaño natural y que mira al público con gesto triste. Es difícil identificar si pertenece a un hombre joven o viejo, no sabemos si es víctima o verdugo o un simple un observador. Pero su mirada no causa empatía, no parece contento con lo que ve.
3- En todo el cuadro, no aparece un ser redentor que elija entre los venturosos que irán al cielo y los desgraciados que irán al infierno.
La clave para entender el cuadro es que no estamos viendo un cuadro de juicio final, donde los elegidos van al cielo y los impíos al infierno. Para ello necesitamos a Dios, a la Virgen o algún ser destacado de la Corte Celestial que les represente. Al no estar presente, parece mucho más probable que los personajes vestidos en la parte inferior sí sean Adan y Eva, pero no están allí en la puerta por que no pueden entrar, sino por que les es permitido ver como sería el paraíso si ellos no hubieran pecado. La humanidad sería feliz, no existe la culpa. Sin embargo, el mundo real, el mundo en el que vivimos, es la tabla de la derecha. No representa el infierno sino la maldad humana, no es un castigo divino, sino la vida de millones de personas indefensas aplastadas por los poderosos, sin piedad. La cara que nos mira con tristeza y desconfianza es la cara del artista, un hombre decepcionado y distante, que no puede cambiar lo que ocurre, pero que puede dar fe. Y lo hace.
La disposición de los personajes en tres planos en las tres tablas, perdiéndose en el fondo los más pequeños, facilita la lectura de izquierda a derecha, integrando las tres tablas en un conjunto. La belleza sin mácula de los cuerpos desnudos deslumbra, aumentando su luz con los cuerpos desechos de los atormentados. El contraste de luz y tinieblas, de despreocupación y horror, de pérdida de inocencia, es altamente perturbador, causando diferentes sensaciones según lo vas contemplando.
Es una obra universal, nos habla a cada uno de nosotros a través de los tiempos, pero también a través de nuestra propia historia personal. Envejecemos, y en cada momento de nuestra vida lo que nos cuenta el cuadro es distinto. Si nos sentimos implicados es por qué formamos parte de lo narrado, nos atañe, habla de nosotros, de lo que deseamos y de lo que tenemos. Nos cuenta el mundo que no queremos ver, nos habla de las personas que sufren a nuestro alrededor y, a través de una pequeña rendija, nos deja ver como podría ser si cada día no ensuciáramos el mundo con nuestras pequeñas o grandes vilezas. Hay tantas lecturas como observadores del cuadro. Su misterio es su poder de implicarnos, de situarnos en un contexto humano atemporal, de encontrar dentro de nosotros algo que no sabíamos o no queríamos saber, y ponernos delante el punto de vista de un hombre escéptico, decepcionado con la humanidad, que no ve solución al egoísmo y al abuso, y que sin cinismo, nos mira a los ojos a través de los siglos, uno a uno, solo para contarnos lo que ve. Son solo pigmentos sobre madera, pero la libertad creativa de un genio sin límites convierten esta obra en la cima de la creación humana.
Una cata con El jardín de las delicias.
TERROARISTA