Ruta de supervivencia de un peregrino sediento. Bares de vinos Centro de Italia y Roma.
«Chi non beve in compagnia o è un ladro o è una spia«, quien no bebe en compañía o es un ladrón o es un espía. Proverbio italiano.
He ido desde el Santuario de La Verna (al sur-oeste de Toscana) hasta Roma en bici. La distancia oficial marcada en la guía es de unos 500 kilómetros y he empleado 18 días. Dividiendo los kilómetros por los días empleados nos sale una distancia ridícula recorrida cada día (27,777). Pero es engañoso. En realidad, han sido bastantes más kilómetros. La ruta oficial delimitada es para los andarines (los peregrinos que se desplazan empleando sus pies). Al ser una ruta complicada de montaña, las bicicletas no pueden ir por los senderos, y hay que ir ingeniándoselas (mezclando senderos y carretera) para encontrar el mejor camino. Eso significa rehacer la ruta varias veces, buscar alternativas en carreteras secundarias y subir muchas montañas. Hemos atravesado (no cruzado, sino atravesado de norte a sur) durante muchas jornadas, las suaves colinas de los Apeninos. Dicho así parece sencillo, hasta que empiezas a escalar la pendiente y, durante los próximos 5 kilómetros, no dejas de subir. A veces ves un terrorífico cartel con la siguiente información: pendiente del 15%, o peor aún, pendiente del 20%.
Mi orondo yo, mi pesado equipaje (soy un peregrino moderno, viajo con mi ordenador) y la bici pesamos en total 112 kilogramos. Cada pedalada hacia arriba significa mover el conjunto que formamos mi vehículo y yo, durante kilómetros. Es duro. A 32 grados de temperatura, el sudor cae a chorro sobre la bicicleta y el asfalto. Intento mantener el ritmo (el flow), cantando canciones, tratando de olvidar cuanto falta hasta la cima. Iré a una velocidad de entre 5 y 7 kilómetros por hora, tardo horas en llegar a la cima. Bajo el sol abrasador, pegado a la carretera arrastrándome como un insecto, me desplazo lento, pedalada a pedalada, directo hacia lo alto, viendo como el valle queda cada vez más lejos. En algunos momentos no puedo más, me bajo, y empujo la bicicleta cuesta arriba. Creo que en algunos momentos el cerebro desconecta, y te sigues moviendo por instinto.
Sigues subiendo, la vegetación empieza a desaparecer, entra más luz, y la carretera cambia de inclinación. El momento más espectacular es cuando llegas arriba y ves, al mismo nivel, las cimas del resto de las montañas. El valle está muy abajo, lejísimos. Apenas cuesta esfuerzo mover la bici y te sientes en la cima del mundo. Y lo mejor está por llegar. La bajada es volar sin dar un pedal. Soy un poco miedoso (no quiero caerme, me aterra hacerme daño estando solo en carreteras en las que apenas pasan coches) y no creo que vaya a más de 35 kilómetros por hora. Ya no sientes el calor, el aire te refresca. Entras en otro valle, enfilas tu camino, otra montaña. El ciclo se repite.
Un día me perdí y estuve pedaleando desde las 9 de la mañana hasta las 15 horas, sin parar. Al final, después de subir y bajar y pedalear sin descanso, decidí volver al punto de partida y dormir en el mismo pueblo del que había salido. Otro día, al no poder pasar un río (los andarines lo cruzaban saltando sobre unas piedras) tuve que retroceder lo andado la jornada anterior y buscar una ruta por carretera (unos 60 kilómetros en total). Todos los días hay que tomar decisiones.
Algunos se preguntarán, ¿merece la pena? No tengo una respuesta honesta. Hay instantes en los que estás tremendamente feliz. Hay algo grande en desplazarse a una velocidad humana. Recorrer un país andando o en bici te permite ver y oler y sentir. Llegar al destino es fantástico y, por lo general, Italia te va a sorprender. Hemos visitado ciudades y pueblos cargados de arte, bellísimos, que de otra forma nunca hubiéramos conocido. También están esos instantes en los que te preguntas, ¿qué hago aquí? Cuando perdido, cansado y solo miras el GPS y te das cuenta de que te quedan varias horas de pedaleo. Es una experiencia curiosa.
Hemos llegado a nuestro destino. No hay que olvidar hidratarse, recuperar el agua perdida a chorros por esos caminos de Dios. El vino es un 80% agua, busquemos una enoteca.
Ruta de supervivencia de un peregrino sediento.
He pasado 25 días en Italia, visitando más de 20 ciudades. Estos son los lugares que más me han gustado.
Bolonia.
Leí en un blog: “diría que Bolonia es la ciudad más bonita de Italia si no fuera por que en mi país tenemos un lugar llamado Roma”. Me pareció algo exagerado pero aceleró mis ganas de visitar la ciudad. Tal y como decía la redactora del blog, es una ciudad cargada de arte e historia. La ciudad de las torres, las universidades y la buena comida. Descubrí dos enotecas.
Al Risanamento. En la zona de las universidades, muy cerca del centro, encontramos esta enoteca. Abierta en 2015 por Francesco Barsotti, pronto se ha hecho un hueco en el corazón de los amantes del vino. Treinta vinos por copas seleccionados de pequeños productores, especialmente italianos. Me recomendaron un Vermentino de Sardegna, el mejor vino que he tomado este mes. Si tienes hambre, una buena ensalada o un plato de queso y “salumi” (nuestro fiambre) puede acompañar a nuestro vino. Muy recomendable.
Medulla Vini. En pleno centro de Bolonia, a dos pasos de la increíble y bella plaza mayor. Venden vinos por copas (no sé cuantos). Lo mejor es dejarse llevar y beber lo que te recomienden. Todos los vinos son biodinámicos o naturales. Venden vinos seleccionados de buenos productores a granel (hay que llevar la botella y ellos te la llenan). Uno de los chicos hablaba español (en mi inocencia siempre digo que no hablo italiano pero que entiendo, pero no debe ser verdad). Muy recomendable.
Arezzo.
Una ciudad poco conocida que merece una visita. Es muy bonita y tranquila y, si te gustan las antigüedades, es tu destino. La Basílica de San Francesco alberga los mejores frescos de Piero de la Francesca. Impresionante de verdad. Hay varias enotecas y bares de vinos y cervezas.
Caffè Michalangelo. La enoteca que más me gusto es un bar cerca de la estación, donde un sumiller profesional ha hecho su propia selección de vinos. Me dio a probar una Sangiovese local y era muy bueno. En las estanterías podías adquirir vinos de las mejores regiones de Italia a un precio muy moderado. La atención fue impecable.
Sigue el viaje. En Citta di Castello (una ciudad con castillo), cene con los peregrinos. En muchos monasterios dan una cena de convivencia con el resto de andarines, y decidí compartir mesa con ellos. Nos sirvieron un vino de “cartone” en vasos de plástico. Al día siguiente juré que “ni yo ni mis descendientes volveríamos a beber jamás en vasos de plástico”.
Gubbio.
Impresionante ciudad medieval, perfectamente conservada. En los antiquísimos edificios viven los habitantes de la ciudad. Como todos los pueblos y ciudades de Umbria, esta en la ladera de la colina. La diferencia de altura entre la parte baja y la parte alta será de unos 300 metros. Las cuestas son abismales. Es bastante turística, así que cuesta encontrar un buen sitio para tomar un vino. Sin embargo, si esta cerca, merece una visita.
Perugia. Una de las ciudades mas bonitas que he visitado nunca. Es grande, y por lo tanto inabarcable en un día. Nos pasamos el día andando, contemplando sus monumentos, y entrando en edificios singulares. Mi recomendación es ir de visita por lo menos dos días. Volveré.
Assisi. Lugar de nacimiento de San Francesco y final de nuestro camino. La ciudad es un lugar de peregrinación y está abarrotado de turistas y fieles al santo. No volveremos a ver aglomeraciones tan grandes hasta el Vaticano. La ciudad es impresionante, pero con el calor y los turistas de todo pelaje la visita es agotadora. Justo a los pies de la montaña (para ir a Assisi hay que subir una cuesta, como no) está Santa Maria degli Angeli. Dentro de la gran basílica del pueblo está la pequeña iglesia románica donde San Francesco tuvo su revelación. La gran y fea basílica esta edificada sobre la pequeña iglesia. Es bastante impresionante.
Spoleto.
Otra ciudad indispensable. Desde los etruscos hasta el barroco, toda la historia del arte italiano en un solo lugar. Dentro de la ciudad hay un castillo (la Roca), una catedral, varias iglesias, una casa y un teatro romanos, un museo etrusco, arcos de piedra, etc. Nos tomamos un buen Trebiano spoletino con salumi en “Enjoy Your Time”, un simpático bar regentado por dos hermanos. El fiambre lo elaboran en la familia.
Poggio Bustone.
Poggio significa colina, así que antes de ir ya saben que hay que subir. El pueblo es bonito sin más, pero las vistas son absolutamente espectaculares. Pasamos por ahí porque San Francesco fundó un monasterio, donde nos quedamos a dormir. Tuve la suerte de encontrar un restaurante, La Locanda Francescana. En mi opinión, la mejor comida de todo el viaje. Por la noche, en el minúsculo pueblo, encontramos una enoteca bastante buena, L´Antico Arco. Vinos por copas y por botella en una placita evocadora de tiempos pasados. Anochecía en la cima de la montaña sentados en nuestra mesa, viendo el valle en sombra. Un buen día.
Roma, la ciudad eterna.
Quizá la ciudad más bella del planeta. Obviamente, en agosto esta tomada por los turistas. Solo llegar, dejas de ser peregrino (excepto por la ropa sucia) y eres un ruidoso y perdido visitante más. La mejor zona para cenar el El Trastevere, pero no se haga ilusiones. Los turistas destrozamos los lugares a donde vamos. Sin embargo tuve la suerte de encontrar algún lugar muy recomendable.
Il Vinaietto. Pequeño local regentado por un matrimonio (creo). Sabes que has llegado porque la calle está llena de gente con vasos de vino en la mano. El interior es auténtico, lleno de fotos del Che, publicidad comunista y botellas de todas las denominaciones de Italia. Ofertan unos 15 vinos por copas, tintos, blancos, rosados y burbujas. Sin duda, el mejor destino de todo el viaje. Los precios son moderados y la selección buena. Atención a los vinos tintos, los sirven a temperatura del tiempo, unos 30 grados. Imprescindible.
La Tonneria. Genial bar donde picar algo de pescado con una buena oferta de vinos por copas y por botellas. Nuestro objetivo en El Trastevere.
Vineria da Biagio. Cerca de nuestra anterior recomendación, es un enoteca con muchos vinos por copas. El tinto lo sirven a su temperatura. Tomé un amarone por copas bien rico.
Ristorante der Pallaro. Restaurante muy recomendable. Solo sirven menú cerrado y es lo que cocina la señora cada día. El precio es fijo, 25 euros, e incluye todo: antipasti, primi, secondo y dolce. El agua y el vino están incluidos en el precio, pero el vino es de cartone. Merece una visita, en pleno corazón de Roma.
TERROARISTAS