Los motivos que empujan, el cuento de la paloma y una receta de frittata.

Sin embargo, un día u otro, cuando menos lo espero, cuando menos lo deseo, lloverá sobre mi corazón”. Gesualdo Bufalino, escritor siciliano.

Los motivos que empujan a una persona a cargar una mochila por caminos intransitables durante horas, a veces en condiciones ambientales realmente hostiles, persiguiendo el vano objetivo de llegar a un destino predeterminado por su santidad, son principalmente el deseo de vivir una aventura, los motivos religiosos (a veces incluye promesas por sanaciones imposibles o por consecución de logros improbables) o la más banal de la búsqueda de unas vacaciones baratas. Los que repiten, los que hacen más de un camino, lo hacen por que les gusta andar. Sin embargo la mayoría tiene una motivación personal, sobre todo cuando hacen su primera peregrinación. Desde que he empezado a pedalear (como soy vago hago el camino de peregrinación en bici) he preguntado diligentemente a todos los que me he encontrado por el motivo personal por el cual han empezado a andar.

Sabina es italiana y tiene 41 años. Nunca ha viajado sola, nunca a compartido habitación o baño con desconocidos, nunca se había planteado la posibilidad de visitar un país sin tener reservado hotel, sin tener un conocimiento cabal de donde iba a estar o donde iba a dormir. No podía imaginarse prescindir de las comodidades cotidianas para ponerse a andar por caminos desconocidos cargando con una mochila. Algo cambió su forma de pensar. Compro botas de caminar, cremas para el sol, un chubasquero, algún material recomendado en las tiendas de deportes y el billete de avión, ida y vuelta. Nunca había hecho un viaje tan largo, 31 días, y mucho menos sin compañía. Se decidió a hacer el camino cuando su médico la diagnostico artrosis degenerativa en todos las articulaciones del cuerpo. Poco a poco Sabina se va a quedar inválida. Siempre había querido hacer una peregrinación, pero las supuestas obligaciones de la vida diaria nunca la dieron oportunidad.

Quizá el año que viene no pueda hacerlo-pensó.

Llegó a Portugal el 1 de agosto y el 2 puso dirección a Fátima. Cometió el error que cometen todos los que empiezan su primer camino de peregrinación; pensó que era fácil, o al menos que no era tan duro, que con una débil preparación podría afrontar los kilómetros de una etapa. Sabina anda todos los día en su tierra 10 kilómetros, un buen ejercicio, pero sin mochila y por caminos conocidos. Y siempre y sin excepción los novatos llevan más peso del que pueden cargar en la mochila. Sumen a la ya dura etapa una ola de calor sin precedentes, con las temperaturas más altas de la historia de Europa. Los dos primeros días Sabina creía morir. Aplastada por el calor, el peso de la mochila, la noción clara de haber cometido un error garrafal al ir sola a morir por los caminos de un país remoto. Exhausta, llamó a una puerta y una señora abrió. Sabina pidió agua por caridad, agua para no caer al suelo deshecha, agua para sobrevivir. La señora la invitó a su casa, le dio agua fría y le ofreció un sitio donde descansar, le regaló una botella de litro y medio con agua helada y una naranja, le escuchó en su idioma musical e incompresible, le dio apoyo. Sabina tragó el agua, se tragó las lágrimas que pugnaban por bañar sus ojos escarchados, abrió la mochila y regalo a la señora todas sus cremas, el maquillaje, la ropa de abrigo. Se deshizo de parte de la pesada carga que acarreaba a la espalda. Dijo adiós a su salvadora con agradecimiento sentido, cargó con la mochila y salió a una calle deslumbrante donde el calor derretía los huesos. Hizo una tercera etapa, la más difícil, a 47 grados de temperatura. No pudo más, su cuerpo se quebró. Se sintió tan mal que al día siguiente no anduvo. Consiguió un medio de transporte y apareció en un pueblo perdido muy pronto para un peregrino, sobre el mediodía. Yo estaba ya en el albergue, esperando al hospitalero. Llego siempre el primero, ventajas de ir en bici. Me sorprendió verla tan prono. La noche anterior habíamos compartido albergue y, al salir esta mañana, la había visto hablando por teléfono; no era posible que hubiera ido a la misma velocidad que yo. No hablamos. Conseguimos habitación y nos saludamos con una inclinación de cabeza.

En el pueblo no había nada que hacer, así que me decidí a buscar un restaurante. Comí, leí un rato y esperé a An (mi eterna compañera de camino). Al acabar sus rutinas de peregrina (ducha, lavar la ropa, cuidar los pies) An me invita a un refresco. Vamos al único supermercado, visitamos la única iglesia, dejamos al anochecer hilar su diaria belleza de luces imposibles. Sabina nos ve desde la ventana y siente que tiene que bajar y hablar con nosotros, necesita contacto humano. Al llegar a nuestro lado se presenta, nos comunica su nombre, nacionalidad y el lamentable deterioro físico de su cuerpo. Nos cuenta que hoy no ha podido andar, sus terribles jornadas luchando con el calor, la amabilidad de la señora, el dolor del cuerpo. El hospitalero del albergue la había traído en coche, ella no podía andar. Viene con nosotros a cenar y de forma natural, como solo ocurre en el camino, es parte del grupo. Confiesa que cuando nos ha visto desde la ventana ha sentido la necesidad de unirse al grupo, el camino es así. Jamás lo haría en la vida real, presentarse y hablar con desconocidos.

La vida real. Sin que ella se de cuenta poco a poco va quedando cada vez más lejos. Ya ha pasado la primera prueba, la imperiosa necesidad de dejar el camino. En unos pocos días llorará, se dará cuenta de la bonita metáfora de aquel lejano día (eso le parecerá aunque pasó hace apenas 4 jornadas) cuando vació su mochila en casa de su benefactora. Todos cargamos con pesadas mochilas que vamos abandonando día a día en los estrechos senderos, pequeños o grandes trozos de lo que llamamos vida real, el lastre cotidiano de nuestras estrictas servidumbres.

Hoy cena tranquila y nos habla en su idioma cantarín. Al día siguiente vuelve a andar. Al llegar la noche tiene el tobillo hinchado y dolorido. Feliz, y sin darle demasiada importancia a su cansancio, prepara su deliciosa receta de espaguetis a la carbonara (para receta pinche aquí), ríe mientras le explico que va a ser famosa en España con sus recetas publicadas en mi blog (un poco pretencioso, lo sé) y pasa a llamarse la Bella Sabina, la italiana de los ojos escarchados.

Amanece. Los andarines madrugan mucho para evitar las horas de calor. Sabina carga su mochila y sale a la carretera. Once horas después llega a su destino. Ha andado durante 35 kilómetros. El tobillo esta muy hinchado, no se ven los huesos de la articulación, y no tiene muy buena pinta. Su cara demuestra cansancio y dolor. Espero a que se duche y descanse un rato, una especie de pérdida de consciencia más allá del sueño. El pueblo es pequeño y apenas hay nada. Compro algo de comida, fiambre y quesos, proteínas para la Bella Sabina. Obviamente al día siguiente no debería andar. Al amanecer escucha el rumor de los otros peregrinos preparándose para partir. Con pereza y cierto miedo Sabina recoge sus cosas, hace su mochila, sale a la calle, mira al cielo y empieza a andar.

Yo me levanto mucho más tarde. Rápidamente llego a mi destino, cumplo con mis rutinas diarias y voy a comer. El albergue esta muy bien, tiene piscina. Espero leyendo y sobre las 6 de la tarde empiezo a preocuparme. Sabina no llega. Le envío un mensaje y le recomiendo coger un taxi, son demasiadas horas en la carretera. Un escueto “io arrivo” me informa de que ya está cerca. Salgo a buscarla un par de veces cuando oigo acercarse algún coche, pero no es ella. Llega sobre las 20 horas, andando. No ha encontrado ningún taxi. El dolor del tobillo es insoportable. Está tan hinchado que es del mismo tamaño que la rodilla (y Sabina tiene las piernas gorditas). Literalmente, cuando se desprende de la mochila, no puede moverse. Cumplimos las formalidades de la inscripción, la acompaño a su habitación transportando la mochila y la espero. Más tranquilos, en la piscina, inspecciono su tobillo. Un tendón, duro como un cable de acero, sobresale hinchado. Cuando lo toco rabia de dolor. Miro a Sabina con admiración. Ha andado 32 kilómetros con una lesión grave, sin comer, sin apenas agua. La etapa de hoy apenas tenía bares donde repostar. Voy al restaurante, ceno con otros peregrinos y compro cena y cigarrillos para Sabina. Come despacio y con hambre cerca de la piscina. Hablamos, mañana no se ve con fuerzas para andar; va a quedarse en el albergue un día y luego nos encontraremos en el destino de la siguiente etapa. Así serán los próximos días; yo iré en bici y ella en transporte público hasta el siguiente destino. Ella aún no lo sabe pero el tobillo le impedirá andar los próximos cinco días. Iremos viéndonos en cada fin de etapa, hasta llegar a Vigo, donde unos amigos nos alojarán (gracia I&I por darnos cobijo y cuidarnos, sin vosotros hubiera sido mucho más difícil). Sabina irá a la playa, cocinará para nosotros, reirá mientras nos cuenta que lo que esta viviendo es increíble, vacaciones en casa de unos desconocidos, se recuperará, o al menos el tobillo dará menos guerra y la dejaremos en la carretera, le diremos adiós con la mano, le desearemos suerte. Día a día, despacio pero sin parar, llegará a Santiago y entrará andando, cogerá un autobús a Finisterre, descansará dos días, volverá a Santiago, cogerá otro autobús, este con dirección a Lisboa. Lo sé porque me acaba de escribir, está en el autobús  camino a Lisboa donde cogerá el avión de vuelta a su casa, a la vida que dejo hace tanto (31 intensos días que parecen una vida). Me ha enviado una carita triste, el Camino ha terminado. No Bella Sabina, el trayecto físico a terminado, pero los cambios producidos dentro de ti, la felicidad genuina, el dolor, la amistad, el miedo, la superación…todo lo vivido, va contigo, te da luz, te transforma.

Queda una aclaración más. Entregarse a un sufrimiento tan alto suele esconder un motivo, la razón más personal y menos pública para afrontar los días de dolor y cansancio. La Bella Sabina vino con heridas de las que sangran por dentro. Me lo contó en una de nuestras largas charlas mientras desayunábamos, proporcionándome una historia, el título de este post y una explicación a sus profundos ojos siempre escarchados.

El cuento de la paloma.

Sabina- Terroa, yo tenía una gran pesadumbre, no sabía que hacer. Vivía una situación que me hacía sufrir y a la que estaba encadenada, no sabía que hacer. Todas las mañanas rezaba y pedía una señal. Estaba muy triste y confundida. Una mañana, entro en la cocina y veo una paloma. Enseguida pienso que es un buen augurio. La paloma es el símbolo de la paz y del amor. Me pongo muy contenta, supongo que todos vemos lo que queremos ver. Estoy tan feliz mirando la paloma en la cocina y pensando que todo va a ir bien cuando el pájaro se mueve, como un poco de sal gorda de un cuenco que tengo en la cocina y, de repente, empieza a convulsionar y emitir unos ruidos horribles. En pocos minutos muere en una terrible agonía. Las palomas son pájaros asquerosos y sucios, tuve que limpiar toda la cocina, tirar la sal, desinfectar por todos los lados. Yo que estaba tan feliz y al final contemplo un pequeño drama en mi cocina. Llamo corriendo a mi amiga que se ríe sin parar.

Terroa- ¿y qué hiciste? ¿tomaste una decisión?.

Sabina- Sentía que tenía una cuerda entre las manos que cada vez tiraba más fuerte; si seguía aguantando me iba a partir la mano. Así que lo deje ir. Era una decisión sentimental, romper una relación muy importante, pero me hacía daño y corte, aunque dolía. Esto paso hace tres meses.

Los motivos por los que una persona decide recorrer un camino de peregrinación son siempre personales, aunque las razones son compartidas por todos, somos humanos, y podemos entender las ganas de olvidar, de pasar página, de convertir en pasado lo que pertenece al pasado y nos persigue. Entendemos las telarañas de algodón que perpetuamente escarchan los ojos de la Bella Sabina.

Receta de la frittata.

Sabina se transforma en la cocina. Ha comprado huevos, calabacines y queso parmigiano. Yo abro una botella de vino, una lata de aceitunas y corto el fiambre lo más parecido al salami que he encontrado en el mini mercado del pueblito donde dormimos. La cocina italiana tiene la virtud de poner en la mesa cocinado en poco tiempo los alimentos que poco antes estaban en la tienda.

La receta es sencilla. Partimos el calabacín en medias lunas y lo freímos a baja temperatura hasta que este blando (el término profesional es pochar). Batimos los huevos, dos por personal, añadimos el queso parmegiano (parmesano) y mucha pimienta negra. Añadimos a los huevos los calabacines pochados y mezclamos vigorosamente.

Ponemos la sartén al fuego, añadimos un poco de aceite de oliva y, cuando este caliente, vertemos la mezcla de huevos. Sabemos que está hecho cuando movemos la sartén y la frittata se mueve. Damos la vuelta con un plato y acabamos de hacer por el otro lado. En nuestro país llamamos a este plato; tortilla de calabacín con queso. Delicioso.

TERROARISTAS

PD- en este post tampoco hablo de vinos. No volverá a suceder. También yo he terminado mi viaje y, de vuelta ante el teclado, toca trabajar. Gracias a todos por seguir aquí.