Las noches de Vinexpo. Château de France.
El argentino me dice:
Amigo argentino- Haría falta un mes para poder catar todo, che.
Terroa- Un mes hace falta para orientarse, respondo. Para probar todo, empezando por una esquina y acabando en la otra, haría falta un año.
El día frenético transcurre entre cansado y vertiginoso. Llega la hora de cierre, las 18 horas. En ese momento exacto te invade un frenesí culpable, “no he catado lo suficiente”. Aunque hayas degustado más de 100 vinos, asistido a 3 clases magistrales, dedicado todos los momentos del día al único objetivo de ampliar tu conocimiento sobre el preciado líquido, en el momento de irte miras a tu alrededor, sientes la fragilidad de la oportunidad perdida, ves la invitación insinuante de los vinos imposibles de adquirir y se apodera de ti un ímpetu incontrolable. Coges una copa y empiezas a probar todos los vinos que tienes cerca. A las 18.45 abandono el recinto climatizado y me expongo a los terribles 40 grados del infierno bordelés. Hoy estoy más tranquilo, pero voy con redoblada ilusión. Hoy visito el Château de France.
Durante el día.
En Francia no hay que dejar nunca pasar la oportunidad de comer su deliciosa pastelería. Desayuno café, pasteles y corro hacia el tram. Hoy funciona y sin muchos incidentes llego al Parque de Exposiciones. Está al lado de un gran lago. El tranvía me deja en la entrada de la pasarela, un puentecito flotante que une la orilla de la parada con la de los edificios. Al bajar los guardas de seguridad te obligan a enseñar cualquier objeto que llevas, te mandan abrir las bolsas y mochilas y después te cachean enterito. Las medidas de seguridad son férreas y mucho mayores que las de hace dos años.
Llego a la primera clase magistral, vinos italianos; los mejores según la guía Gambero Rosso. Los vinos italianos conquistan pronto mi paladar (y mi corazón). Cato un vino blanco elaborado con uva vernaccia de San Gimignano de 2014. Una sonrisa. Hace exactamente tres años Dr M y yo pasamos con nuestras bicis por delante de las vides donde las uvas utilizadas para elaborar este vino maduraban plácidas e indiferentes. Acaba la clase, salgo a la vorágine. Miles de visitantes pasean por los interminables pasillos. Este año el invitado especial es España; un gran número de bodegas de nuestro país se agrupan en la parte central. La representación es buena y es, sin duda, una gran oportunidad para hacerse una idea de que está ocurriendo en nuestro país. La mayoría de los vinos los conozco y tengo ocasión de catar a lo largo del año, así que solo hecho un vistazo por encima y sigo mi camino.
Voy corriendo hasta otra novedad de este año, WOW (bonito juego de palabras; WOW significa “world of organic wines”, el mundo de los vinos ecológicos, pero también es una exclamación inglesa que nosotros traduciríamos como “guau”). En el centro del Hall 3 están los elaboradores ecológicos y biodinámicos. Hay elaboradores de todo el mundo. Cato vinos argentinos, italianos, franceses…el tiempo vuela. A las 15.30 voy a una clase de sake, pero desfallezco, hay que comer algo. Compro un pésimo bocadillo, bebo algo de agua y voy a catar el curioso fermentado de arroz. La clase es magistral de verdad, escribiré un post sobre sake. Ya son las cinco. Voy hacia la habitación de Grandes Crus de Burdeos. No quiero dejar pasar la oportunidad de degustar los deliciosos Sauternes de 2016. Catar los vinos tintos del año todavía en barrica de Burdeos es una labor difícil. La potencia de los taninos te arrasa la boca y hay que ser un experto para saber hacia donde van a ir. Sin embargo, la dulce elegancia de los vinos de Sauternes pronto me seduce. Frescos, fluidos, largos…te hacen olvidar el cansancio. La añada 2016 es excepcional y ha dado vinos excepcionales. Flotando salgo al pasillo y mis pasos me conducen hasta California. Veo los vinos de Francis Coppola y mi mitomanía me obliga a acercarme. La bodega produce unos 40 vinos diferentes. Cato unos cuantos, solo para hacerme una idea. En especial me atrae un espumoso rosado inspirado en su hija, Sofía. Cuando acabo son las seis. Enloquecido agarro una copa y…
Todavía me queda una hora hasta mi cita con Michèle, la directora de la agencia de publicidad Vinconnexion Paris. Me ha invitado a la soirée organizada por Château de France. Visitar un château es, probablemente, el mayor honor que puede recibir un visitante.
Château de France.
Desde la carretera vemos la imponente fachada del castillo. Paramos algo alejados para hacer las primeras fotos. El sol aplasta a los humanos como si fueran bichos irrelevantes. En este momento exacto estamos a más de 40 grados. Hacemos fotos del elegante castillo firmemente anclado en lo alto de la colina. Estamos en el terroir único de Léognan. El Domaine posee 40 hectáreas, 36 de uvas tintas, cabernet sauvignon y merlot, 4 de uvas blancas de sauvignon blanc y semillon.
Nos recibe Arnaud Thomassin, el actual director general. La propiedad pertenece a la familia Thomassin desde 1971, cuando el padre de Arnaud compró la propiedad, aunque la historia del lugar empieza mucho antes, hace siglos. El Château conserva el nombre antiguo de la propiedad sobre la que fue edificado. Los primeros escritos nos dicen que antes de 1681 la actual propiedad no eran más que un número de pequeñas parcelas agrupadas por Marseau Dubasque. Sin embargo no es hasta el siglo XVIII cuando se desarrolla el viñedo, coincidiendo con el nacimiento del concepto de Gran Cru. El Château actual fue construido por Jean-Henri Lacoste, propietario de la hacienda durante 32 años. El siglo XVIII es el siglo de las apariencias, los domaines poco a poco van tomando el nombre del Château. Entre los años 20 y 70 del siglo pasado la propiedad permanece un poco en el anonimato, como la mayoría de los châteaus de Graves. La llegada de la familia Thomasin, la plantación de uvas blancas y la elaboración de vinos de calidad ayudó al resurgimiento de la zona, consiguiendo la calificación de AOC Pessac-Léognan, en Graves, en 1987.
En 1994 Arnaud toma las riendas de la explotación familiar y ficha al archiconocido Michel Rolland como enólogo asesor en 1996. Desde entonces colabora con ellos en la elaboración.
En 2011 un violento incendio destruyó la nave de elaboración y dañó parte de la estructura. En los siguientes años elaboraron el vino en una propiedad cercana, hasta que terminaron la reconstrucción y pudieron volver a trabajar en la propiedad.
Visitamos los viñedos. Vemos las finas piedras que dan nombre a la región, las famosas gravas, arrastradas por el antiguo curso del río Garona en la época terciaria. El suelo esta compuesto de piedras, cantos rodados arrastrados por el agua y una capa de entre unos veinte centímetros hasta tres metros de una variedad excepcional de cuarzo: ocres, blancos, rojos y rosas mezclados con sílex sobre arena y arcilla. En la parcela “Coquillat”, afloran restos de crustáceos y fósiles marinos. Esa parte de Graves estuvo inundada por el mar, creando un terroir totalmente diferente.
Después de la visita pasamos al mirador-terraza desde el cual se ve el viñedo. Las vistas son espectaculares. Una banda de cuatro músicos ameniza sin poder acallar uno de los sonidos más extraordinarios existentes en el planeta, el adiós definitivo del corcho a la botella de champagne. Paseamos acalorados tragando litros del líquido burbujeante. Incluso aquí, en el corazón de Burdeos, el champagne es la bebida elegida para recibir al invitado.
Un hombre vestido de cocinero enciende unas brasas para hacer una barbacoa. El calor es infernal. Cenamos en una espaciosa sala con vistas a los viñedos. Catamos Château de France 2015, 2011,2010 y 2008. El blanco es de 2016.
Degustamos las últimas copas viendo anochecer desde la amplia terraza. El vino de Burdeos es demasiado poderoso de joven. Los taninos se pegan a la boca y son demasiado bravos. El tiempo obra milagros y de la potencia surge la elegancia. Todos estaban muy buenos, con esa mezcla de tierra algo vegetal y la elegancia propia de los grandes burdeos, pero me quedo con los más viejos. Los taninos se vuelven de seda y el vino deja un largo recuerdo, lleno de sensaciones. Apoyado en la barandilla de piedra acabo mi copa mirando las arrogantes vides retando al calor inclemente. Llega la hora de partir. Me despido del anfitrión dándole las gracias. Me ha hecho un gran honor invitándome.
Gamas de vinos de Château de France.
Los vinos tintos:
Château de France, el emblema de la propiedad.
El Château conserva el nombre del antiguo leu-dit sobre el cual fue edificado. Vinos de larga guarda. Producción: 60.000 botellas.
Château Coquillas.
El nombre viene de los numerosos fósiles de crustáceos de la parcela de la cual proceden las uvas y de las que recibe el nombre. Producción: 70.000 botellas.
Le Bec-En-Sabot, recibe en nombre de un curioso pájaro africano.
Producción 20.000 botellas.
Los vinos blancos:
Château de France.
Vino fino y elegante de larga guarda. Fermenta y cría en barrica.
Producción: 14.000 botellas.
Château Coquillas.
Fermenta y cría en barrica. Producción: 10.000 botellas.