El vino y la guerra.

This merlot is really fancy.

Yeah, my dad collets wine but he doesn´t drink it. It´s weird not?» Conversación entre Charly y Mary en la película, Las ventajas de ser un marginado, bebiendo un gran Bordeaux.

Cuando plantas un viñedo lo haces para tus nietos, por que no olviden que plantar un viñedo y hacer vino es también una declaración de implantarte tu mismo en un territorio por un tiempo muy largo. Cuando plantas una viña estas diciendo, estoy aqui, y me voy a quedar”.

Esta frase pertenece a Sandro Saada elaborador de vinos en Siria y en el Líbano, dos países ferozmente tratados por la guerra durante toda su historia. La familia de Johnny Saada fue expulsada de Siria en 1958, pero su sueño era volver a su país. En 2003, empezando desde cero, planto viñas cerca de la cadena montañosa de nombre romano Mount Bargylus, fundando la bodega Domaine Bargylus. Las variedades principales son Chardonnay y Sauvignon Blanc para los vinos blancos y Cabernet Sauvignon, Merlot y Syrah para los tintos. Ahora son sus hijos Karim y Sandro quien llevan el negocio.

Desde 2011, cuando estalló la guerra, hace ya once años, visitar las plantaciones es muy arriesgado. Pero las uvas no esperan, si no son vendimiadas en el momento exacto, no darán buen vino. Al acercarse la fecha de vendimia, todos los días un taxi sale de los viñedos con dirección a Beirut, transportando uvas recién vendimiadas en contenedores refrigerados. En la oficina de Beirut Karim y Sandro reciben las uvas, las catan y deciden si ha llegado el momento de vendimiar. No es el mejor de los sistemas, pero es lo único que pueden hacer. En una reciente entrevista a la BBC Sandro comento: “por suerte no hemos tenido ninguna baja en nuestro equipo, aunque el viñedo de Chardonnay ha sido bombardeado en dos ocasiones”.

La historia de Domaine Bargylus es una de las muchas que se cuentan en el documental Wine and War, interesantísimo trabajo sobre el cultivo de la vid y la elaboración de vino en un país, Líbano, perpetuamente en guerra. El personaje central de la historia es Serge Hochar, un hombre místico y reservado, al que el destino, a su pesar, le tenía reservado el deslumbrante brillo del éxito. Su padre fundó Château Musar en 1930, y a Serge, cuya vocación era ser monje y cuyo deseo era retirarse del mundo y no ver a nadie, no le quedo más remedio que asumir el mando de la empresa al ser el mayor de los hijos. En alguna de las múltiples guerras la bodega estaba en quiebra, y no le quedo más remedio que hacer lo que han hecho los libaneses durante generaciones, ir fuera del país e intentar hacer mercado. El consumo de vino en el Líbano había caído el 90% y las botellas se acumulaban en el almacén. Serge y su hermano fueron a Londres, con las botellas de vino que cabían en las maletas, e intentaron dar a conocer su producto. En aquellos años, los 70 del siglo pasado, el Líbano era un país del tercer mundo, absolutamente desconocido en occidente. El enorme carisma de Serge y la incontestable calidad del vino hicieron el resto. A día de hoy, Château Musar es uno de los vinos más conocidos y reverenciados del mundo. El país, por supuesto, siguió en guerra. Elaborar vino era, es, una cuestión de valentía, ingenio y suerte, con los camiones cargados de uvas intentando esquivar las bombas de los drones israelíes, los puestos de control del ejército, las balas perdidas.

El documental acaba con la siguiente escena. Serge cuenta un bombardeo en el que rehusa ir al refugio. En su lugar, va a la bodega y coge una botella de Château Musar 1972, una de las añadas más complicadas debido a la guerra. Abre la botella y la sirve entera en una copa de capacidad de litro y medio. La copa estaba medio llena. Se dirige a su habitación y, cada vez que oye una bomba cerca, da un trago. En la soledad estruendosa del bombardeo, hace la siguiente reflexión; “La capacidad del cerebro para saborear depende de las condiciones en las que te encuentres. Si estás en medio de un bombardeo tu cabeza puede saborear, pero te afectan las bombas. Así que esto hacía, de alguna manera, que el vino fuera diferente, según en la situación en la que me encontrara. Entendí que la interpretación del vino dependía de tu identidad, tu alma, tu cuerpo. Así es como aprendes a saborear la vida, lentamente. La última gota me hizo llorar”.

Serge Hochar era un gigante, un referente de su generación. No solo era productor de vino en Líbano, también era una de los mejores y más respetados elaboradores del mundo. Recorrió los cinco continentes dando a conocer la cultura y el vino de su país. Cuando la extenuante guerra civil acabó en 1990 solo existían cinco bodegas quebradas en el Líbano. Ahora hay más de 50 bodegas elaborando y vendiendo vino. Las más interesantes, y que les recomiendo, además de las dos anteriores son: Château Kefraya, Château Ksara, Domaine des Tourelles e Ixsir. Serge murió en 1915 en México, en un accidente, durante unas vacaciones. El mundo del vino perdió un virtuoso y la humanidad un filósofo.

El viñedo ejerce una poderosa atracción. Las uvas procedentes de un pequeño territorio son insustituibles, darán un vino único. No puedes traer uvas de otro sitio. Las uvas son caprichosas, no esperan, hay que vendimiarlas en el momento preciso. Tampoco se pueden almacenar. Da igual que caigan bombas o que los hombres de uniforme paseen con sus armas por el viñedo, hay que ir al campo, recogerlas y traerlas a la bodega. Lo demás es cuento.

En algún momento de la Historia, alguien decidió plantar un viñedo en un lugar determinado. El resto es la historia de su familia, en el mismo sitio, haciendo el mismo trabajo. No solo pasa en el Líbano. La historia de las guerras europeas nos dejan a mujeres recogiendo uva mientras sus maridos y sus hijos luchaban y morían en los campos de batalla. En el horror de la guerra, la guerra que no hemos vivido pero que vemos todos los días en la televisión cada vez más cerca, el viñedo es un refugio familiar y, el vino producido, durará más que la guerra, y se podrá degustar en la siguiente generación, en paz. Como dice Serge, “el vino es un milagro”.

TERROARISTA