I Saturnalia, o Feliz Navidad, o de como el vino es parte indisoluble de la fiesta.

Brutus

Speak no more of her.—Give me a bowl of wine.—

In this I bury all unkindness, Cassius.

(drinks).

Cassius.

My heart is thirsty for that noble pledge.

Fill, Lucius, till the wine o’erswell the cup.

I cannot drink too much of Brutus’ love.

(drinks)

Somos romanos que pensamos como griegos, esa es nuestra herencia.

La mayoría de las fiestas que celebramos vienen de muy antiguo. El método de conquista romano era siempre igual. Ganaban las batallas, poseían el ejercito mejor adiestrado, cualificado y fiel, y conquistaban un territorio. Una vez bajo su control, plantaba viñas y castaños, daban una lengua y una moneda común, y aplicaba las mismas leyes en todo el imperio. Los bárbaros de las tierras conquistadas pasaban a ser ciudadanos de pleno derecho de la ciudad de Roma (si no eran convertidos en esclavos). Y celebraban las fiestas del calendario romano.

La fiesta romana más universal era, y es, Las Saturnalias; marcaban el fin del trabajo de invierno y sobre todo, el fin de la época de tinieblas. El 21 de diciembre coincide con el solsticio de invierno, es el día más corto del año, el día más oscuro. Los días previos al solsticio, se celebraba Saturnalia, la fiesta dedicada a Saturno, un dios antiquísimo, que reinó en una tierra donde todos los hombres eran iguales, no había clases sociales, y todos compartían el fruto de la tierra, conseguido con el trabajo común. Saturno enseño a los hombres la agricultura y era adorado como el “protector de la siembra”.

Al grito de “I Saturnalia” (feliz Saturnalia) los habitantes del Imperio Romano, ciudadanos o no, durante una semana engalanaban las calles, decoraban las casas con plantas, se hacían regalos y organizaban reuniones de bebedores, donde el vino corría a raudales. Eran días de desenfreno y cierta locura, auspiciados por las autoridades, donde la moral y el civismo eran olvidados. Las casas se llenaban de velas (para ahuyentar las tinieblas) e invitados. La parte central de las celebraciones eran los banquetes, organizadas en todas las casas, tanto de nobles como de plebeyos. Todos estaban invitados, incluso los esclavos. Lo más sorprendente era la inversión de papeles y la perdida de todo protocolo. Era normal que los amos sirvieran a los esclavos su mejor vino, el “merum”. Como bien decía Cátulo, “el mejor de los días”.

A día de hoy nos resultaría chocante, e hiriente,  servir a nuestros subalternos y  ofrecerles nuestros mejores vinos. En la antigua Roma, este sencillo acto revestía un simbolismo perdido en nuestra época. Imagínense que les invitan a una fiesta a usted y a su mejor amigo, un alto ejecutivo de una multinacional del transporte por carretera, y usted es un pobre camarero. Al llegar a la fiesta los dos saludarían al anfitrión. Acto seguido, sería separado de su amigo, que iría con otros ejecutivos de otras empresas multinacionales, mientras que a usted le sentarían con los de su condición (más lejos de las mesas principales). En principio no parece problema, seguro que es mucho más divertido oír chismes que hablar de negocios. Sin embargo, puestos a elegir, preferiría estar con los ejecutivos de las multinacionales, no por su conversación (pocas cosas hay más innobles que hablar de dinero) sino porque el vino que les van a servir es mejor. Dentro de la propia fiesta, las distinciones sociales estaban marcadas por el tipo de vino que servían a cada uno de los invitados. Los vinos servidos a los invitados principales eran mucho mejor que los de las mesas más alejadas. Ahora entendemos la importancia de dar nuestros mejores vinos a los esclavos.

El vino estaba unido a todas las celebraciones romanas, tanto religiosas como de ocio. El vino de más calidad se reservaba para las clases altas, clasificándose por lugar de procedencia y edad (como ahora). El lugar de procedencia más conocido, mítico hasta nuestros días, era el de Falerno, cuyo vino alcanzaba la plenitud a los 15 o 20 años y era, por supuesto, el más caro, conocido y deseado (de toda la historia). No es difícil encontrar referencias en la literatura romana al vino de Falerno, quizá la denominación de origen más antigua que podamos encontrar. Alguna referencia cuenta, en banquetes imperiales, de vinos de Falerno de más de 200 años.

Al igual que sus maestros griegos, en los banquetes y en el consumo diario, el vino se mezclaba con agua tibia o agua de mar, en distintas proporciones. También era normal aromatizar el vino añadiendo hiervas y especias. La palabra para decir brindis en inglés, toast, hace referencia a las especias tostadas añadidas al vino para aportarle matices organolépticos.

El vino de máxima calidad se tomaba puro, sin mezclar, el “merum”. No se mezclaba porque estaba muy bueno bebido sin ningún añadido. Este era el vino servido a los esclavos durante la Saturnalia.

Un vino de segunda calidad era el “posca”. Tenía baja graduación porque había empezado a convertirse en vinagre, por lo cual siempre se tomaba diluido con agua. Era el vino de los soldados; por ley tenían derecho a un litro al día y es el líquido que llenaba sus cantimploras. En el imaginario cristiano tenemos una clara referencia. Jesús, agonizando en la cruz, pide agua porque tiene mucha sed. La biblia nos cuenta que, con malicia y para hacer sufrir más al pobre hombre torturado en el cruz, el soldado romano impregna una esponja con vinagre y se lo da a beber. Contado así parece un acto sádico de un malvado. Sin embargo, si pensamos que el legionario romano llevaba en su cantimplora una especie de vinagre diluido, igual solo compartió su ración de agua con un hombre que se moría. Todo es cuestión de como se cuente.

El “lora” estaba reservado para los esclavos. La elaboración consistía en sumergir las pieles y pepitas en agua , volver a prensar la mezcla y fermentar el líquido. Era el vino consumido a diario por los esclavos, un horror. Imagínense con que ansia esperaban las fiestas de Saturnalia.

El día 25 de diciembre se celebraba el “Sol Invictus”, y se conmemoraba la victoria del sol frente a la noche, pues a partir de aquí la luz vence, poco a poco, a la oscuridad. Queda un largo invierno por delante, pero el sol, día a día, con su brumoso brillo, nos indica que la primavera está más y más cerca.

El Imperio Romano sufrió grandes cambios, revoluciones, ataques, desintegración, etc. pero sus fiestas, en especial Saturnalia, profundamente arraigada en el espíritu colectivo, siguió celebrándose con el mismo nombre hasta el siglo V o VI, es difícil precisarlo con exactitud. Luego, simplemente, cambió de nombre y empezó a popularizarse con otro nombre, con el mismo con el cual yo les deseo de corazón, ¡Feliz Navidad!

Y no olviden llenar la copa de vino, alzarla en honor a la divinidad que más les convenza y pedir que el año nos viene nos sea propicio.

TERROARISTA