Mis cuadros favoritos de El Prado. Danae recibiendo la lluvia de oro de Tiziano y Adoración de los pastores de El Greco.

«Aunque parezca paradójico, la vida imita al arte mucho más que el arte imita a al vida« Oscar Wilde, mi escritor más importante.

Hola a todos. He estado algo alejado del blog durante el confinamiento. Quise escribir sobre cosas que no fueran de vino durante un corto periodo de tiempo. Pero, como ha sucedido en todo el planeta tierra, no fue un corto periodo de dos semanas de descanso, sino dos meses y medio de inseguridad, y horror sobre lo que nos estaba pasando. Habrá que extraer conclusiones, aunque para eso necesitaríamos a científicos, sociólogos, filósofos, historiadores y un largo etcétera de profesionales entre los cuales no me encuentro (soy un pobre bebedor).

Volvamos con los cuadros. Debido a una vagancia legítima de tantos meses sin hacer nada, voy a escribir algo menos, prestando solo atención a la experiencia artística más que a la historia. Dejo dos de los mejores cuadros para el final, que voy a escribir esta semana, y volveré a lo que conozco un poco más.

Danae recibiendo la lluvia de oro, de Tiziano. 1560-65.

Quizá el mejor desnudo de Tiziano, o al menos el más sensual. La historia de Danae demuestra, una vez más, la imaginación de nuestros maestros griegos y la lujuria incontenible de Zeus.

Danae era hija del rey Acrisio. El rey recibió un oráculo en el que se le anunciaba que iba a ser asesinado por el hijo de su hija, su nieto. (Siempre me he preguntado por qué los reyes griegos recibían a los oráculos, son unos cenizos). Asustado (quién no) encerró a su pobre e inocente hija en una cámara subterránea hecha de bronce, con una mujer custodiándola constantemente. Sin embargo, la chica, para desilusión del rey, quedo embarazada. La leyenda cuenta que fue el propio Zeus responsable de tal suceso, presentándose a la chica en forma de lluvia de oro (hoy sonaría un poco peor). Las malas lenguas cuentan que en realidad no hubo tal acontecimiento divino, y fue su tío Preto el que pago a la mujer e hizo el trabajo.

El cuadro representa el momento en el que Zeus se presenta a la joven. Danae está completamente desnuda, en un gesto de abandono genuino, real, muy sensual. No hay tensión en el cuerpo. El brazo derecho descansa despreocupado en el cojín mientras la pierna izquierda se abre ligeramente, ofreciendo al invitado su más delicado tesoro. El cuerpo esta completamente perfilado, un poco de más, enmarcando una musculatura bastante masculina. Sin el pecho, se pensaría que es cuerpo de un hombre, un deportista joven algo pasado de peso. A su lado vemos una persona mayor, fea, avariciosa, que trata de robar alguna de las monedas de oro. En contraste hace pensar de inmediato en la falta de miedo de la juventud, que se sabe hermosa e indestructible, en contraste con la vejez, frágil y mortal. La juventud emite luz, la vejez la roba.

Pero volvamos a la chica. Delante de ella nos sentimos que hemos vivido algún momento así, de belleza casi absoluta, donde eramos jóvenes y mirábamos sin miedo a lo que podía pasar. Por eso casi no vemos a la vieja, o casi no prestamos atención. No lo hemos vivido todavía. Aunque cada vez que veo el cuadro, con el paso de los años, me doy cuenta de que cada vez estamos más cerca. Y cada vez me parece más fea.

Adoración de los Pastores, El Greco. Sobre 1612-14.

Ultima obra maestra que salio de los pinceles del artista. En teoría iba a ser destinada al lugar de enterramiento de la familia. El genio de le Greco sorprende. Tiene un estilo perfectamente reconocible. Quizá su obra mayor sea el retrato de “Caballero con la mano en el pecho”, puesto que en un solo rostro retrata una época, y demuestra una maestría y un talento solo al alcance de los mejores pintores de la historia. Pero a mi me gustan más otros cuadros, en los que hay más color.

El cuadro Adoración de los Pastores muestra el estilo inconfundible del maestro. Las figuras son alargadas, desproporcionadas, irreales. La elección de formato es extraordinaria (igual era el espacio del que disponía en la tumba, no lo sé), un cuadro de 3.19 de alto por 1.80 de ancho. Eso obliga al autor a hacer crecer el cuadro hacia arriba, como un árbol. En este angosto espacio, se amontonan las figuras. Los humanos están apoyados en la irregularidad del suelo de la gruta, pero la sensación es que flotan en la oscuridad. La luz surge de la figura del niño, iluminando el cuadro. El niño es feísimo, deforme, con una cabeza enana y unas piernas demasiado gordas. El resto de los personajes parecen perplejos o asustados, no parece una escena particularmente feliz. Solo el rostro de la mujer, su madre, es bello y parece tranquilo. Ascendiendo por la pintura aparecen los ángeles. Reciben la luz directamente del niño. Uno de ellos parece que tiene un flemón y otro parece indiferente y aburrido, como si el nacimiento de un dios no fuera algo interesante.

El elemento primordial es el color, que empuja la mirada a sitios concretos aumentando la confusión. Rojos, azules, verdes, rosas, flotan, aumentando la sensación de magia, de escena divina, no humana. La escasa estabilidad de los personajes, que se mantienen a duras penas en posturas forzadas, la incomodidad de la gruta, la oscuridad, los colores casi puros sembrando el caos, general una energía que no logra calmar el bello rostro de la mujer. Vemos la emoción de un momento irrepetible, que no se puede atrapar, puesto que las figuras parecen moverse, como un carrusel, alrededor del niño.

El Greco logra situarse en el altar de los genios con su estilo único y el arriesgado uso del color. Esta obra maestra juega con el subconsciente, arrastrándote al mundo de los sueños, donde nada es real, pero cada detalle es perfectamente reconocible. No es esperanzador, no parece el principio de una época dorada. De hecho parece todo lo contrario, no da la sensación de empezar un periodo de luz para la humanidad. Probablemente, el autor ya veía la muerte cerca, y la negrura de sus pensamientos se trasladá a su obra. O quizá no, quien sabe.

TERROARISTA