En respuesta a un artículo aparecido en El País.

«Cuando se descubrió que la información podía ser un negocio, la verdad dejó de ser importante». Ryszard Kapuscinski, uno de los más grandes periodistas del siglo XX, premio Príncipe de Asturias. Sus libros quitan el aliento.

Los periodistas mienten, o lo hacen los medios para los que trabajan o esos mismos medios les utilizan para tergiversar la verdad. Es una conclusión inevitable si echamos un vistazo a la prensa nacional e internacional. Parece probado que la cadena de televisión Fox, falseando los datos, puso a un presidente que había perdido las elecciones a cargo de un país tan democrático como Estados Unidos. George W. Bush tuvo menos votos que su oponente, Al Gore, pero la tergiversación de la información por parte de algún medio de comunicación hizo pensar a la población que Bush había ganado. La crisis que ha arruinado a millones de familias en el mundo quizá nunca hubiera existido si el presidente electo hubiera subido al poder.

Nuestra sociedad no es ajena al fenómeno. La misma noticia tiene versiones tan diferentes que parece que vivimos en países diferentes. A la misma manifestación han acudido 10.000 personas según un periódico, y 10 millones según otro. Se manipulan las fotos, pintando o haciendo aparecer banderas u otros signos, según la impresión que se quiera crear en el lector. Algunos periódicos abren en portada con una noticia que otros periódicos ni siquiera comentan. Aunque quizá lo peor de todo sea lo que el gran periodista italiano Roberto Saviano llama, “la macchina del fango”, la máquina del fango. La máquina del fango son noticias sin demostrar, pero que se van filtrando a la población, cuando se quiere desprestigiar a una persona o institución; que si en sus principios era militante extremista, que si se drogaba de joven, que si recibe dinero del gobierno u otro organismo, etc. La máquina del fango funciona a toda “máquina” en todos los países y obliga al atacado a defenderse, haciéndole olvidar su objetivo principal. No creo que existe una persona que no sepa que lo que acabo de decir es verdad. Y no estoy hablando de los periodistas de la prensa rosa o de los deportivos; ponga usted la televisión cinco minutos y sabrá de lo que estoy hablando.

La razón por la cual un periodista está limitado a la hora de decir la verdad, o al menos de la forma más íntegra una noticia, es evidente. La función de los periódicos no es decir la verdad o transmitir información veraz. La función de los periódicos es hacer ganar dinero a su dueño y darle poder. La mayoría de los medios de comunicación son privados, emplean a personas que obedecen sus órdenes, y tienen sus propios objetivos.

El desprestigio del colectivo de periodistas es evidente, y ya casi nadie cree nada de lo que viene en los medios de comunicación. Cada uno de nosotros leemos o escuchamos el medio que más se aproxima a nuestra forma de pensar, y nos estremecemos atónitos y asustados cuando escuchamos a “los otros”, pensando, ¿cómo pueden creerse todas estas patrañas?

En una de estas encuestas anuales preguntaron a los padres que querían y que no querían que fueran sus hijos de mayores. Una de las tres profesiones repudiada y que aparecía como “no queremos que nuestros hijos sean” era la de periodista.

Se preguntarán porque he escrito algo tan vehemente en un blog de vinos. La razón era hacer ver a ciertos escritores el daño que se puede hacer con una publicación atacando a una profesión en su totalidad. La difusión de mi publicación es muy limitada, pero no puedo permanecer callado ante un artículo del periódico El País que me enviaron el otro día.

Lo primero de todo es aclarar que, a pesar de que todo lo escrito arriba es contrastable (y por lo tanto cercano a la verdad), mi opinión es que hay muchos periodistas que hacen muy bien su trabajo, que son honestos y trabajadores, y que sin ellos nuestra democracia y nuestro estilo de vida actual estaría completamente en peligro. En el fondo, junto con los jueces, son los garantes de nuestra libertad, y debemos agradecer y temer su poder. Sin ellos nuestros derechos estarían en grave peligro, y saber escoger entre quienes dicen lo más próximo a la verdad de los charlatanes es un trabajo de nuestra sociedad en su totalidad, para mantener un estamento de periodistas de los que sentirnos orgullosos y que pueda ejercer con eficacia y libertad su labor.

Por eso es tan penoso leer un artículo publicado por un conocido crítico gastronómico, atacando a una profesión en su conjunto. Personalmente creo que el artículo es tendencioso, falso y mortalmente aburrido. Jamás lo hubiera leído de no ser porque varios amigos me lo enviaron. Me hubiera gustado que me indignara, que pulsara en mi alguna tecla que me hiciera cambiar de color y que me empujara a pensar que quizá en alguna de sus lamentaciones fueran ciertas. Pero sólo es la inocua frustración de un engreído petulante.

El crítico del que hablo se llama Ignacio Medina y al artículo al que hago referencia fue publicado en su columna de El País con el título “Que no se acerque el sumiller”. En el ataca, sin ningún sentido, a toda la profesión. Muchos de mis amigos son sumilleres, yo sé lo que estudian, lo que trabajan, lo que se esfuerzan por poner las mejores botellas de vino al alcance de todos, a todos los precios. Me parece inadmisible que un señor se crea con la autoridad cultural y moral de juzgar a una profesión en su conjunto.

Antes de nada, permítanme presentarles al personaje y compartir con ustedes algunas joyas que he encontrado en internet. Buscando información he encontrado muchas páginas suyas en las que se describe como “necesario” para la evolución de la gastronomía en nuestro país. También tiene una asesoría gastronómica para restaurantes.  Al autobombo y la arrogancia van unidas una falta de humildad sospechosa.

Pero lo jugoso viene en otros artículos (dejo todos los enlaces al final) en los cuales se le acusa de “racista”, de cobrar por las críticas, de no pagar las facturas en los restaurantes donde lleva invitados y hace celebraciones, de amañar concursos donde se sortean cajas de vinos o jamones o de ser autoritario y mal educado con los trabajadores de los lugares que visita. En algunas ciudades, no le gusta ningún restaurante y les destroza con sus críticas infundadas, causando la indignación de toda la sociedad. En otros artículos le acusan de solventar sus asuntos personales en los medios de comunicación. Su última megalomanía es la autodeclararse el salvador de la cocina tradicional. (Ven, más o menos así funciona la máquina del fango. Yo no he contrastado esta información, solo la he leído en otros artículos. Sin embargo, no sé por qué, dan sensación de ser verdad).

Donde va, le odian. Sería una bella frase si fuera defendiendo a los más débiles o desenmascarando a explotadores, en vez de comer por la cara y perjudicar a personas que intentan hacer bien su trabajo. Los críticos no somos fiables, yo incluido. En mi blog hablo de lo que me gusta, pero como siempre digo, es solo una opinión, no una verdad. Pero lo que sí invalida la opinión de cualquiera, es recibir una recompensa a cambio de lo que escribes o dices. Ignacio Medina puede ser tacaño, soberbio, mal educado, aburrido, racista y sin sentimientos de empatía hacia los demás, cada uno es como es, pero su opinión podría ser sincera (que no respetable). Sin embargo, si cobra por emitir una opinión, se puede decir que miente (intención de engañar diciendo algo que no piensas o que no se corresponde con la realidad).

Es el momento de preguntarse, ¿podemos hacer algo? La respuesta, por una vez, es que sí. Los que me conocen saben que era lector de El País, desde la primera página hasta la última. Dice lo que yo quiero oír. Por eso me sorprende que un periódico con la importancia mediática e histórica como es El País, de amparo a individuos como Ignacio Medina o, en otro campo, Carlos Boyero, hombres que parece que no les gusta lo que hacen y que luchan contra su frustración e inseguridades desprestigiando y hundiendo el trabajo de los demás. Nunca entenderé una crítica destructiva.

El señor Ignacio Medina tiene repercusión por el medio que le contrata y defiende. Podemos, y debemos, hacer algo, y es dejar de comprar el periódico El País. Al menos un día, para que los que protegen al tipo de personas incapaces de darse cuenta del trabajo de los demás, se den cuenta de que no nos gusta lo que hacen.

Yo esta mañana he llamado al periódico El País y me he dado de baja de mi suscripción (o al menos lo he intentado). Íbamos a hacer 20 años juntos.

TERROARISTA (EX LECTOR DE EL PAÍS).

Crítico gastronómico internacional despedaza restaurantes chilenos.

Pobre Ignacio Medina.

Ignacio Medina y el lado oscuro del periodismo y la crítica gastronómica.

Español que agredió a corresponsal trabaja en Perú.

 

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