DO Arribes. Visita a Charlotte Allen, Alma Roja.

«Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.” Jorge Luis Borges, un gigante. (El poema entero al final del post).

Vamos en coche en dirección a Los Arribes (o Las Arribes como dicen en Salamanca). Conduciendo va mi buen amigo Raul. Raul es sumiller y, en este momento de su vida, comparte sus conocimientos, lo que le convierte en Maestro de sumilleres. Da clase en El Centro de Referencia Nacional de Salamanca pare el ECYL. Por algún motivo incierto, supongo que la indulgente amistad, le ha parecido una buena idea invitarme a participar en el curso, dando una clase. Inocente. Con esa excusa tan fantástica me he presentado en Salamanca, vivo de gorra en su casa y encima me lleva a visitar los alrededores. Con una amabilidad en desuso ha programado dos visitas a dos de los elaboradores de referencia de las dos denominaciones de vino de la provincia. El primer día nos toca ir a Los Arribes.

Los Arribes es una zona emergente en la producción de vino de calidad. Es una comarca de belleza impresionante. Los ríos, en especial el río Duero, acompañado del Tormes, del Águeda y de otros ríos más pequeños, escaparon de la meseta hacia el océano formando grandes cañones sobre el duro granito. Las imponentes caídas, salvajes y grises, horadadas durante milenios por el discurrir de los ríos, reciben el nombre de Arribes.

Es una lugar en medio de la nada, con parte en Salamanca y parte en Zamora, justo en la frontera con Portugal. No es un sitio por donde se pase, hay que hacer la intención de ir. La riqueza vitícola se debe, en parte, a su aislamiento. Ha conservado variedades de uva extraordinarias para hacer vino que no se encuentran en ningún otro lado. Vamos en dirección a Fermoselle, un precioso pueblo, corazón de la comarca. Allí vive Charlotte Allen, Carlota para los castellanos, nuestra anfitriona.

 Los motivos que trajeron a Charlotte a un lugar tan remoto son originales y únicos, como su vida. Después de muchos trabajos de supervivencia, tanto en su país, Inglaterra, como fuera, conoció el vino. Como todo ser con cierta sensibilidad enseguida quedó atrapada por el hechizo magnético del mosto fermentado. Sabiendo lo que quería hacer, tener su propia bodega y elaborar su propio vino, empezó a estudiar y a viajar por el mundo; a vendimiar y hacer vino en sitios tan dispares como Vouvray, representante de la máxima tradición en el Valle del Loira, o Sudáfrica, mucho más tecnológica. Un día cualquiera, su trabajo le hizo pasar por la DO Rueda. Allí vive un gran amigo suyo, un elaborador de vinos blancos de referencia a nivel nacional, Didier Belondrade (su vino, mítico, es Belondrade y Lurton. Algún día alguien, con buen criterio, decidirá ponerle su nombre a una calle o poner una estatua en medio del pueblo del hombre que ha puesto la DO Rueda en el mapa). Fue Didier el encargado de empujarla a esta región semidesierta, pero tan prometedora. Con algo de dinero ahorrado y confianza en sus conocimientos, aparco el coche en Fermoselle y lo convirtió en su hogar. Los comienzos fueron duros, sobre todo para alguien de mentalidad tan global, pero hoy no se imagina viviendo en otro lugar. Hoy hace vino en este punto remoto.

Nos recibe en la bodega vieja. Al principio hacía todos los trabajos de bodega aquí, pero con el tiempo se ha quedado pequeña y, la verdad, era algo incómoda. La bodega es una gruta escavada en roca viva, como las centenares que existen en el pueblo, arrancando el duro granito de debajo de cada casa. En ellas los aldeanos elaboraban su propio vino desde tiempos ancestrales hasta casi nuestros días. Al entrar nos sorprende la altura de la primera estancia. Las grutas eran cavadas a mano, con herramientas toscas. La altura de la estancia, demasiado alta y con forma de bóveda, sugiere la intención de crear algo bello. Vemos las cicatrices de las toscas herramientas en la roca. Las marcas dejadas por las herramientas utilizadas, han permitido datar la antigüedad del habitáculo en más de 500 años. Tiene una particularidad, uno de los tres pozos naturales tiene 7 escalones. Un pozo con siete escalones no es un pozo, es un aljibe, un lugar para ceremonias de purificación. En Fermoselle vivían judíos conversos. No es descabellado pensar que la gruta, tan especial, fuera en realidad un lugar de culto. Al fondo, cavada en la pared, hay una pequeña hornacina que en su día pudo ser un altar, o al menos un espacio donde colocar un candelabro o una figura. Nos dejamos arrastrar por el misterio mágico de las paredes goteando de humedad.

Seducidos por el ambiente, probamos los vinos. La mayoría están elaborados principalmente con Juan García, variedad nativa de la zona, pero todos ellos son mezcla de todas las variedades existentes en los viejos viñedos. Tempranillo, bruñal, bastardillo chico, etc. También elabora vinos blancos de mezcla de variedades como malvasía, godello, palomino, puesta en cruz, etc.

El vino joven, Cielos y besos, es fresco y divertido, pero muy personal y de marcado carácter. Los vinos blancos y tintos con algo de crianza salen al mercado con el nombre de Pirita. Son vinos muy diferentes, de larga guarda, de viticultura ecológica y sin sulfitos añadidos. Fluidos y complejos, demuestran que la uva local puede ser universal. Charlotte abrió un 2008 excepcional. Mi favorito fue Mateo, el vino lleva el nombre del hijo de Charlotte, 90% mencía y 10% Bruñal. Representa el paisaje del que viene y el preciso cuidado de su creadora. Profundo, es un vino de los que no se olvidan.

Mientras comemos Charlotte nos cuenta sus andanzas por el mundo y de como llego a parar a un sitio tan alejado. Nos habla con pasión de sus vinos y de sus viñedos. También nos cuenta la dificultad de adaptarse a unas personas de un carácter tan diferente al suyo. Sin embargo aquí ha construido su hogar.

En un rinconcito de la bodega antigua hay dos estanterías con un montón de vinos tapados con plásticos. Están todos cubiertos por plásticos para preservar la etiqueta, vulnerable en un ambiente tan húmedo. Es la bodega privada de Charlotte, los vinos guardados por ella para momentos especiales. Su sacristía. Al final de la comida y como remate, nos abre dos vinos espectaculares. Un vino alemán, un pinot noir de vendimias tardías. El segundo trae una historia. Es un vino del Valle del Loira, de Domaine Huet, muy especial para ella. Charlotte trabajó en el Domaine Huet como vendimiadora, pero por la noche aprendía todo lo que podía. Probablemente, al lado del gran río, en una de las más prestigiosas bodegas del continente, decidió que ella quería dedicarse a esto. Le Haut-Lieu de 1989 de Vouvray logró crear un momento transcendental, en un silencio tímido y respetuoso.

Fuimos al viñedo a ver anochecer. Las cepas, viejísimas, parecen manos ajadas queriendo atrapar el tiempo. El sol cae en el horizonte, alguna de las cepas ha empezado a llorar (es poético, pero cierto. Es el fin del invierno y el principio de la primavera, un nuevo año. La savia recorre la cepa y llega a las heridas de la poda, cayendo al suelo en forma de gotas). Charlotte mira con amor y orgullo su tierra.

Antes de volver visitamos la bodega nueva. Es una antigua discoteca. En el centro de la sala, encima de los pequeños depósitos, hay una bola de cristales. Las paredes están decoradas con sugerentes dibujos de palmeras azules. Todo muy original.

Ha conseguido elaborar un vino con velo de flor. Después de muchos años, un manto de levaduras ha cubierto uno de sus vinos blancos. Nos lo da a probar, el último del día. Es radicalmente personal, con el claro toque del velo y la marcada personalidad de la zona. Charlotte elabora vinos que prestigian al lugar del que proceden. Ella ha logrado leer un pequeño espacio de tierra en un lugar perdido y darle dimensión mundial. Esta es Carlota la francesa, como la llaman en el pueblo.

Su bodega se llama Alma Roja, le ha puesto el nombre de lo que ella siente.

En casa de Raul, abriremos una botella de vino antes de ir a dormir. Será un monobarietal de bruñal, elaborado por Bodegas Arribes del Duero (la bodega cedió el nombre a la denominación para poder usarlo). Es un vino extraordinario.

Denominación de Origen Arribes.

Soy castellano y sé lo que es Castilla, inmensas extensiones de campos cultivados de cereal, prácticamente vacíos de personas. El viñedo de Castilla y León, con alguna denominación de origen de producción de vinos con reputación mundial, no ocupa ni el 3% del terreno agrícola. Quizá la característica principal de esta inmensa meseta sea el clima, muy riguroso, marcado por su elevada altitud. Si nos visita traiga ropa de abrigo, aquí siempre refresca.

El río Duero cruza la Meseta Castellana de este a oeste, buscando una salida incierta al mar, en la gran explanada casi llana de la meseta. Debemos imaginar la actual Castilla como una especie de cuenco rodeado de montañas. En tiempos remotos, el cauce del río Duero podía llegar a tener 100 kilómetros de distancia entre sus orillas. Al llegar a la parte de los Arribes, actual frontera con Portugal, formó, horadando la roca, inmensos cañones por los cuales el agua podía escapar en busca del mar. Otros ríos ayudaron en la tarea de esculpir el paisaje; el Tormes, el Águeda, el Uces y el Huebra.

Los desfiladeros tallados en roca por el paso del agua, con desniveles de varios centros de metros, reciben en nombre de arribes. Por lo tanto, un arribe es un valle formado por un río. La parte de arriba recibe en nombre de pelillanura. En las zonas altas, en la pelillanura, las condiciones climáticas son casi idénticas al resto de la meseta. Sin embargo, en la parte de valle y en las colinas, las condiciones climáticas son más benignas; unos cinco grados más de media. Las heladas prácticamente no existen y las horas de insolación son elevadas, sobre 2600 al año. Llueve bastante, entre 580 y 800 milímetros anuales (prácticamente en doble que en la Ribera del Duero). El clima es mediterráneo húmedo. Hay muchos olivos y árboles frutales. Es un clima ideal para el cultivo de la vid.

La roca madre es principalmente de granito, con algunas zonas de pizarra. El paso de los ríos ha desintegrado el granito, dando suelos poco fértiles de arena y limo. La mayoría son franco-limosos, poco profundos (unos 30 cm.), con abundante cascajo. Las zonas de pizarra presentan una profundidad algo mayor. Las viñas ocupan desde la parte más alta, unos 700 metros, a zonas de valle, a menos de 150 metros de altitud. Es una zona de diferentes niveles, sin poder considerarse una zona de montaña.

En el siglo XVI hubo una moderada explosión demográfica. Para poder combatir la hambruna y poder subsistir, los habitantes recurrieron al viñedo, como complemento al ganado y los demás cultivos. La viña se extendió por toda la comarca. Hace apenas cincuenta años el viñedo cubría una gran parte de la zona. Pero la despoblación condujo al abandono de los pueblos y de los medios de producción tradicionales, entre ello el viñedo. Cuando hablamos de la España Vaciada hablamos de regiones como esta, con densidades demográficas parecidas a las Laponia. Sin embargo, tiene una parte buena; la herencia recibida son viñas muy viejas. Más del 50% del viñedo es anterior a 1956. Existen variedades autóctonas de la zona únicas en el mundo.

La variedad principal, en tinta, es Juan García. Las otras variedades permitidas son: bruñal, rufete (ambas exclusivas de la zona), tempranillo, mencía, garnacha tinta y shyra. Dentro de las variedades blancas tenemos malvasía castellana (mayoritaria), verdejo, albillo real y albillo mayor.

Otras variedades en tramites de admisión (y que existen en el viñedo en cantidades significativas) son: bastardillo chico, bastardillo serrano, tinta jeromo, mandón, etc. En blancas es muy reconocida la puesta en cruz (llamada hombros en algún municipio).

Los rendimientos máximos por hectárea son de 7.000 kg para las uvas tintas y 10.000 para las uvas blancas. En la prensa, el rendimiento máximo es de 72 litros por cada 100 kilos de uva. El rendimiento será por lo tanto de 50,40 hectolitros por hectárea en tintos y 72 en blancos.

En la actualidad hay unas 750 hectáreas registradas.

Las condiciones climáticas tan especiales, la diversidad de los suelos, la singularidad de las variedades, favorecidas por el aislamiento secular de la región y la vejez de las viñas permiten la elaboración de vinos de gran calidad y originalidad. Sin duda, una de las zonas de más proyección en nuestro país.

¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa 
conjunción de los astros, en qué secreto día 
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa 
y singular idea de inventar la alegría?

Con otoños de oro la inventaron. El vino 
fluye rojo a lo largo de las generaciones 
como el río del tiempo y en el arduo camino 
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.

En la noche del júbilo o en la jornada adversa 
exalta la alegría o mitiga el espanto 
y el ditirambo nuevo que este día le canto

otrora lo cantaron el árabe y el persa. 
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia 
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.”