Una noche en el circo. Inventando un Nuevo Futuro.

«Ne pas aimer les autres, c’est s’aimer trop soi-même«, Albert Camus, el genio. «No amar a los otros es amarse demasiado a uno mismo».

Tengo en el estómago los nervios que preceden a la toma de una decisión importante (muy parecidos a los de coger un avión o, como es el caso, empezar un espectáculo con una gran asistencia de público). Mi organizadora intenta cuadrar conmigo los horarios pero es imposible. Todo el mundo nos pregunta por: la música, el vino, el hielo, las copas, las tomas de electricidad, el orden de servicio de la comida… los artistas necesitan un sitio donde cambiarse, los camareros aguardan pacientes mis instrucciones, que no llegan, el chico del sonido no sabe muy bien el orden de las canciones y solo los grafiteros, como siempre, parecen tenerlo todo controlado. Uno de los artistas va a llegar algo tarde, y es enojoso pues es el protagonista principal. El público empieza a llegar y, tímidamente, busca algún sitio en el que no estorbar y tener buena vista. Me preguntan si pueden empezar a dar cerveza, es un día de calor, y deniego enérgico con la cabeza. La guía del museo empieza la visita. Llega el último de los artistas. Me pongo mi traje de faena, un traje con pajarita, miro a mi alrededor y solo veo barullo, nerviosismo y botellas de vino. No puedo imaginarme un escenario mejor para gritar: “comienza el espectáculo más grande del mundo”.

La idea y su ejecución.

Se nos ocurrió hacer un circo. Nos gustaba la idea de llevar a nuestro público a su infancia. Las anteriores propuestas eran básicamente cooperaciones con artistas plásticos, y nos pareció interesante buscar a artistas que interpretaran con su propio cuerpo. Fichamos a unos malabaristas callejeros cuyo número principal era hacer grandes llamaradas con grandes antorchas. Nos encanto la idea de meter fuego en un museo. Teníamos una artista del trapecio pero por desgracia se lesionó unos días antes del espectáculo y no pudo actuar. Al final encontramos a un profesor de danza que accedió a formar parte del espectáculo y actuar con nosotros.

Necesitábamos una banda, así que localizamos a la banda más famosa de mi pequeña ciudad y estuvieron encantados de colaborar. Ya teníamos los mimbres de un circo, solo nos faltaba una pequeña historia. Y vender las entradas.

Vendimos todas las entradas e incluso hubo cola para adquirirlas el último día. La intención real del espectáculo es recaudar dinero para Nuevo Futuro, una ONG cuyo objetivo es proporcionar una vida digna a niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad y riesgo de exclusión social. Una vez recaudado el dinero de las buenas personas que han pagado la entrada el objetivo principal está cumplido. Ahora nos toca a nosotros intentar sorprender, hacer sonreír y proporcionar un buen rato a todos los invitados que amablemente nos regalan su tiempo.

Mientras acaba la visita del museo empezamos a dar cerveza a los invitados. Nuestro amigo Víctor, dona y sirve de los dos grifos su conocida cerveza Dolina. El público está sediento y disfrutan del delicioso y fresco líquido en las sombras menguantes del anochecer.

Empieza el espectáculo. El protagonista es un señorito con bigotito, muy serio, que exige atención y da órdenes al público sobre como debe comportarse durante la velada. Les invita a coger una copa y explica, en términos precisos y cortantes, que solo hay una copa por persona y que no deben perderla. Para ello es preciso memorizar el número de cada copa (todas están numeradas). Con muy malos modos se dirige a su empleado-camarero-hombre de confianza (yo) y le exige con rapidez algo de beber, tiene sed. Delante de todo el mundo abro con delicadeza y profesionalidad una botella de vino, lleno una copa de líquido rojo y la transporto en una bandeja cerca del patrón. La bebe de un solo trago y me pide más. Lleno una segunda copa y la apura de otro largo trago. La voz y las formas del señorito (transformado en un payaso) cambian. De repente se vuelve más humano. Mira a su alrededor con una sonrisa, me mira a mi y, con voz muy amable, dice:

Payaso- Esta pobre gente tendrá sed. Vamos, sírveles albo de beber.

La bebida a transformado al personaje y empieza a tener ideas, parecidas a sueños. Nosotros sabemos lo que piensa. Los grafiteros de Sergare, sobre papel, hacen un sencillo dibujo sobre un gran papel, lo encierran en un bocadillo y lo ponen por encima de la cabeza del personaje. Es un cuchillo. Es la presentación del número; lo que vaya a suceder está relacionado con cuchillos.

El criado coge una botella de Cava de Torremilanos, y, con un gran cuchillo, la abre con un certero golpe en el cuello de la botella. El primer vino será un espumoso. El payaso deambula ebrio entre el público y elige a dos voluntarios, les tumba en el suelo cabeza con cabeza y empieza a hacer malabares con grandes puñales encima de ellos. Es bastante impresionante y algo terrorífico. Dos detalles: la botella contenía mosto, no vino. Los voluntarios son amigos nuestros, no aterrorizada gente del público. Después de cada número, servimos el vino, pasamos con la comida y dejamos al público 10 minutos para que hablen entre ellos.

El segundo número es un baile en una barra vertical (la disciplina se llama pole dance) a cargo de Miguel, profesor de la academia de baile Helade. La flexibilidad, fuerza física y elegancia de la actuación nos dejan boquiabiertos.

Segundo vino K-Naia. Nos gusta el nombre (y el vino). Servimos la segunda tapa.

El personaje tiene otro sueño. Encima de su cabeza aparece la imagen de una maza. Dando tumbos choca con un objeto del que sale un malabarista y empieza a tirar mazas hacia el cielo y, torpemente, se le caen. Sufrimos un rato hasta con el pobre payaso. Al final se despide triste y cariacontecido. Servimos el tercer vino, Abadía de San Quirce, Ribera del Duero, y la correspondiente tapa.

Pido silencio. Llega uno de los momentos más emocionantes de la velada. La presidenta de Nuevo Futuro va a dar las gracias a todos los colaboradores y voluntarios sin cuyo trabajo e implicación, no solo para este espectáculo sino durante todo el año, la actividad de la organización se vería en serio riesgo de desaparecer. El agradecimiento incluye recuerdos para todos los que estamos allí y para los que no han podido venir, una breve explicación del trabajo realizado por Nuevo Futuro y las dificultades económicas de llevarlo a cabo, y una valoración personal; ella es feliz haciendo lo que hace, y todo el sacrificio y trabajo le reporta una gran satisfacción cuando los niños, ya jóvenes de 18 años, dejan la institución para seguir con su vida. Han conseguido, consiguen cada día, dar una oportunidad a chavales que no tienen ni una.

Poco queda por decir. En cuatro frases doy las gracias a todos los amigos a los que he liado para formar parte de este magnífico evento. Algunos trabajan sirviendo los vinos, la comida y la cerveza, otros se encargan de la organización, otros actúan poniendo sus conocimientos y profesionalidad a nuestro servicio, otros nos dan sus vinos. Son muchos; me hago una lista para no olvidar a ninguno. Doy las gracias a Marta, la directora, por dejarnos realizar la actividad en un rincón tan increíble, a todos los colaboradores y, en especial, a los artistas (los pintores, los músicos, los técnicos, los malabaristas…).

Ya queda poco para le gran final. Servimos el último vino, un Oporto Ruby Van Zeller. Recuerda tanto a los algodones dulces que comíamos de pequeños cuando íbamos a las barracas. Servimos el vino y el postres.

Sale la banda y se pone a tocar canciones conocidas y muy bailables. El personaje principal hace malabarismos con pelotas de luces. Todos estamos contentos.

El personaje tiene un último sueño. Los grafiteros dibujan una llama, la última idea sale de su cabeza.

A las 10.45 en punto se apagan las luces, la banda termina la canción, un silencio sepulcral nos envuelve (la oscuridad sigue dando miedo). Empieza la música. Una luz perfila sutil una de las fachadas con columnas. La pared toma vida. A lo largo de cinco minutos la veremos caer, levantarse, ser consumida por el fuego y conquistada por la hiedra. Parece magia (y se llama videomaping). En el momento en que la fachada arde, en la oscuridad de la noche, los malabaristas empiezan a jugar con fuego, creando grandes llamaradas. El impacto visual de ver el fuego real mientras se quema el museo es sobrecogedor.

Al terminar la proyección, en un reverencial silencio, el personaje principal vuelve a estar de mal humor. A gritos invita a los asistentes a salir del recinto. Insulta al pobre empleado por sus pintas (ese soy yo; según iba pasando el tiempo me iba quitando la pajarita, la chaqueta, los faldones de la camisa fuera, etc) y parece enfadado y triste. Rápidamente me pongo el traje, vierto más vino en la copa y le doy algo de beber.

Despedimos a los invitados con buenas maneras. Les damos las gracias por asistir. Explicamos que la idea del personaje que cambia de forma radical, dulcificándose y convirtiéndose en agradable, es de Bertolt Brechet, de la obra “el señor Puntilla y su criado Matty”. También nos gustaría haberles hecho pasar un buen rato y, si por un momento les hemos recordado la sensación de ir al circo cuando eran niños, veríamos nuestro propósito cumplido. Muchas gracias y hasta el año que viene.

Alguno de los asistentes, los más mayores, se fueron. El técnico de sonido, al ver que quedaba todavía parte del público, empezó a pinchar música. De repente todos nos pusimos a bailar. Los siguientes 30 minutos parecieron una de las viñetas de los pintores. Bailamos y cantamos en un museo cerrado para nosotros, en la tímida luz de unas pocas lámparas, degustando la increíble sensación de estar vivos y de poder disfrutarlo. El final, apoteósico, no hace pensar que esta edición ha sido la más divertida y la que más ha gustado al público.

Cerramos las puertas del museo. Nos abrazamos pletóricos, nos felicitamos, nos queremos de verdad. Empezamos a pensar, a proponer ideas, a responder a la pregunta ¿qué vamos a hacer el año que viene?.

Todos estamos, y están, invitados.

TERROARISTAS (Y SU GRUPO DE AMIGOS, SIN LOS CUALES NO SOY NADA).

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