Rutas de Supervivencia. Santander. La Cigaleña.

«La experiencia no consiste en lo que se ha vivido, sino en lo que se ha reflexionado» Jose María de Pereda, escritor.

Mis remotos y algo salvajes años universitarios transcurrieron en Santander. Alejados por primera vez de las cocinas de nuestras madres, comíamos todo lo que caía cerca, sin prestar demasiada atención a la pericia gastronómica del ejecutor del plato, por lo general algún compañero de piso sin ninguna pericia. Aún menos nos preocupaban las bebidas, sobre todo si el contenido alcohólico no era muy alto. Un día fui a un restaurante, por lo general los únicos sitios donde comíamos bien. Llamaba la atención por que en la puerta ostentaba un mosaico de azulejos con la leyenda “Museo del Vino”. Dentro había cientos de botellas viejas, colgadas del techo, llenando antiguas vitrinas, ocupando todo el espacio. Cenamos y en mi memoria de joven inexperto quedo la idea de un local con una urgente necesidad de remodelación.

Muchos años después, pasando unos días en Santander, amiga me invito a ir a La Cigaleña, a tomar unos vinos naturales con unos amigos suyos. A pesar de no sonarme el nombre del local, de no tener una idea clara de que era un vino natural y de no conocer a los invitados decidí, valientemente, aceptar la invitación. Al llegar reconocí el mosaico de azulejos e inmediatamente vinieron a mi mente las imágenes de las botellas por el techo, reliquias de tiempos pasados perdidos. Sin embargo ya no me parecieron viejas botellas inútiles, restos polvorientos varados en un cementerio sentimental anacrónico. Paredes y techos muestran la riqueza de las mejores botellas de vino del mundo. Nos sentamos a cenar. Mi amiga Anna le dijo al sumiller, Andrés, que fuera sirviendo los vinos que él quisiera con solo dos reglas; debían ser vinos naturales (de elaboración ecológica y sin sulfitos añadidos en el momento del embotellado) y no podíamos saber que vinos eran. Ocho magníficas botellas desfilaron ante nosotros en una de las mejores demostraciones de conocimiento y destreza de un sumiller. Cuando un vino es grande, solo se habla de vinos. Andrés consigue encandilar, sorprender, impresionar. A logrado convertir La Cigaleña en un lugar de referencia para los amantes del vino, un destino de peregrinación y recogimiento donde esconderse del mundo detrás de una botella (de la filosofía encerrada en cada botella). El precio de los vinos es más que razonable, pudiendo ser calificado en muchas ocasiones como de ganga.

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La oferta de vinos por copas en la barra es magnífica, no muy extensa pero increíblemente original. Hay una pizarra con unos siete u ocho vinos de diferentes denominaciones de origen y de distintos países. Los vinos de la barra se cambian con bastante frecuencia, pudiendo ir de forma habitual y siempre encontrando algo nuevo. El precio de la copa raramente excede los tres euros. La cocina es también interesante, muy tradicional. Los pinchos de la barra para acompañar los vinos son sabrosos y no muy caros. Dé un paseo por la bahía, visite el nuevo Centro Botín, magnífico edificio de Renzo Piano y acabe tomando un vino en La Cibaleña.

La Cigaleña, calle Daoiz y Velarde,19, Santander.